lunes, 21 de marzo de 2016

Los Iluminados


"Barachiel I"


  La verdad no es más que un punto de vista, subjetividad, opinión.

  La creación de la vida, los buenos y los malos no son más que eso, antagonistas defendiendo sus ideales, lo que creen, lo que piensan.

  No todo es completamente bueno, ni completamente malo, completamente blanco o negro.

  Las historias existen para ser contadas, escuchadas, recordadas y repetidas, para ser pasadas de generación en generación y ser conocidas.

  Sin embargo, hay historias que han sido olvidadas o escondidas, por miedo o conveniencia, por cobardía o ambición, nada más que intereses superpuestos los unos en los otros.

  El mundo es mucho más antiguo que la prehistoria, que los dinosaurios y que la propia conciencia humana y su rastro por la tierra.

  La vida existía en otro plano antes de aparecer "físicamente", en un plano inmaterial, etéreo, espiritual, en todo lo que fue creado antes de que el hombre como tal fuese concebido.

  Cuando realmente la vida comenzó, fue cuando el Padre formó conciencia real, cuando comenzó la creación de sus avatares, de los denominados "ángeles".



  Nacido bajo la luz, en las creaciones divinas, conocí solo a estos seres, "los ángeles", sólo lo que ellos querían que yo conociera.

  Era uno de los elegidos, iluminados por el creador para proteger, velar y cuidar su creación.

  Uno de los desconocidos por los hombres, pocos reconocen mi nombre o mi verdadera apariencia.

  Mi nombre es Barachiel.

  Despreciado por los mensajeros de Dios y por los descendientes del Caído, a quien yo había admirado y apreciado, vivía en soledad, escuchando y observando la creación del Señor y atendiendo sus súplicas por ayuda, sin que ellos supieran realmente a quién agradecer.

  Ningún ser vivo deseaba tener contacto conmigo, no era más que una manifestación de la luz sin materia, energía sin ningún tipo de contenedor, lo poco que conocía lo había descubierto por mí mismo, a partir de búsquedas, pruebas y experimentaciones.

  Le daba vida a la naturaleza, la controlaba a voluntad sin ningún tipo de problema.

  Cuando fui creado el Señor me explicó mi función, y me dijo que era el único que podría tener contacto directo con él, mas no con alguien más. Los ángeles creían que no lo merecía, que no era más que un ser alado debilucho, miserable, patético.

  No tuve infancia en lo absoluto, porque el haberla tenido habría representado una especie de crecimiento físico y aumento de la conciencia y el conocimiento. No. Yo nací con plena y total conciencia de mi entorno, podía adoptar la forma que quisiera y se me antojase, tenía completo control de mi apariencia, con la única excepción de mis alas, mis tres pares de alas, de los cuales solo mostraba uno.

  Rondaba el paraíso a voluntad de un lado al otro encontrándome al resto de arcángeles y seres alados de "menor categoría", como solían llamarlos los iluminados.

  Solo dos de estos "seres inferiores" solían tener relación conmigo: Metatron y Azaziel, el segundo odiaba ser llamado así, por lo que usaba un apodo: Azael.

  Pero ninguno me comprendía ni apreciaba, yo no conocía lo que significaba tener un amigo o alguien en quien confiar, solo me tenía a mí mismo y a nadie más.

  Con el paso del tiempo, relativo, claro, puesto que en el paraíso no existe tal cosa, descubrí un lugar entre el paraíso y el purgatorio: el Edén.

  Un pasadizo, un lugar tan bendito como el reino de los iluminados y tan maldito como el reino de los caídos, un lugar donde no había nadie para juzgarme.

  El lugar perfecto para mí.

  Entre los árboles rebosantes de frutas y los arbustos llenos de flores, encontré un claro donde aprendí a interpretar la voz del viento entre las hojas y a imitarla, algo que los humanos llaman cantar.

  Había explorado ya la zona, y había conocido ya todos sus rincones, incluido un árbol diferente al resto junto a un lago cristalino cerca de una cascada, pero yo cantaba a unos pocos pasos de ahí, escondido entre los árboles, donde podía oír perfectamente el viento.



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