martes, 17 de mayo de 2016

Partida


Barachiel VII


  La visita de Azael trajo incertidumbre a nuestros corazones: la idea de ángeles andando por el mundo y enfrentándose a las inclemencias de éste me preocupaba, pero sabía que estando juntos serían capaces de superarlo.

  Lo que sí me había quedado en la mente fue su expresión de asco ante mi respuesta.

  Yo jamás serviría a nadie que no fuera el Padre, por lo que su oferta, expuesta de forma soberbia, no me interesó en lo absoluto. Sin embargo, que tratara de juzgarnos sin conocer de propia mano lo que significa amar a alguien… Eso, definitivamente, no podía perdonárselo.

  Unas mañanas después, al hacer nuestro recorrido común en el Jardín, nos encontramos con un pequeño que no parecía temernos, y que, incluso, apreció nuestra presencia, jugando a nuestro alrededor. Por primera vez, sentí que lo que crecía en mi pecho no era un sentimiento: era un deseo… ¿Un deseo de qué? No estoy del todo segura, pero era algo parecido, aunque al mismo tiempo distinto, a lo que sentía con mi compañero.

  Era como una especie de anhelo, y al mismo tiempo, como una llama ardiente,  algo que hacía a mi estómago estrujarse, pero crecer a mi pecho, con un latido vibrante y esperanzador de algún modo; como el sentimiento que nacía en mi pecho al ver brotar las flores, del suelo, ante mis deseos, ante mis órdenes y voluntad.

  Cuando la noticia de la traición de los demonios a la facción de Akibel llegó a nuestros oídos, fue como sentir que mi preocupación se materializaba: mi escape con Satanael, y mi posterior unión con él, había causado ese desenlace; yo era la culpable de todo el dolor que esos pobres ángeles estaban siendo obligados a sufrir. A pesar de que mi demonio trataba de consolarme, yo no era capaz de sentir tranquilidad tan fácilmente.

  Encontrar al pequeño Azaroth en esa condición provocó en mí sentimientos innombrables en ese momento; una mezcla desgarradora de preocupación, miedo, temor y… y… y rabia.

  ¿Quién había sido capaz de hacerle eso a una criatura tan indefensa? ¿Por qué?

  Mi actuar ante aquellas aves fue impetuoso y no planeado, la expresión de dolor, tan marcada, en el joven rostro, estuvo a punto de hacerme llorar. ¿Cuántos horrores tuvo que soportar ese pequeño ser?

  Y aunque no pude dormir hasta pasadas tres noches de su llegada, hasta que el niño dejó de tener pesadillas cada vez que cerraba sus ojos, sabía que sentía seguridad entre nuestros brazos, en nuestro pequeño y humilde hogar.

  La morada que creamos Satanael y yo lo hicimos al lado de la cascada, que sonaba y nos arrullaba por las noches, que nos permitía ver la luna en su cristalino espejo y, a mí en lo particular, conocer el tacto del agua, y sentir su frescura al beberla. 

  Lo bañamos en el pequeño lago, entre el demonio y yo, puesto que al ser fría el agua, Azaroth siempre se mostraba renuente a entrar a ella; lo vestimos con telas que conseguimos en los pueblos. Satanael le consiguió carne para que se alimentara, junto a pequeñas plantas verdes comestibles que yo hice crecer para él, a pesar de que comiera poco y de forma lenta, mostrándonos, una vez más, la indecisión de su naturaleza: ¿Necesitaba alimento, como mi acompañante, o era capaz de prescindir de él, como yo? Que fuera pausado su ritual de alimentación me permitía observar que el pequeño sentía la necesidad de comer, pero que, al mismo tiempo, se mostraba apático a hacerlo.

  Azaroth parecía disfrutar de mi canto, y de los cariños, torpes e inseguros, que mi demonio le daba en la cabeza mientras me escuchaba, puesto que se quedaba dormido poco tiempo después, sin emitir ninguno de los gritos que los primeros días caracterizaban sus sueños, para que al despertar nos sonriera ampliamente, puesto que, al parecer, no sabía hablar.

  Lo único que me inquietaba eran sus alas, y su aparentemente rápido crecimiento: Dejaría de necesitarnos en cualquier momento, incluso antes de que fuéramos capaces nosotros de dejar de necesitarlo a él.

  Con sus contrastantes alas, apenas podía levantarse del suelo para volar, y sólo tenía un par, por lo que hasta cierto punto estaba preocupada, después de todo, los ángeles de clase alta tienen más pares, mientras que los de baja, solo uno, pero… ¿Él sería capaz de desarrollar más, después de crecer? ¿Se quedaría sólo con ese único par?

  Azaroth era un enigma para Satanael y para mí, puesto que no se comportaba ni como un demonio ni como un ángel en su totalidad; ¿de qué podría llegar a ser capaz?

  Sin embargo, que no supiéramos los límites de su poder no significaba que le temiéramos, porque, detrás del miedo aun presente en sus pequeños ojos, cuando Satanael lo levantaba del suelo en sus brazos, o cuando yo envolvía una de sus manitas con una de las mías, podía ver alegría en su expresión, y a veces imitaba las palabras con las que Satanael nos comunicábamos.

  Cuando ya tenía cerca de un mes con nosotros, y estaba llegando a la mitad de su crecimiento, Azael vino a visitarnos de nuevo, aún con su expresión de asco y la mirada altanera. Antes que pudiera volver a ofrecerme trabajar para Uriel, reparó en el ser que estaba comenzando a llegar a la estatura con la que yo me representaba, en su delicado cuerpo, finas expresiones y permanente silencio.

  Y cuando pensé que saldría huyendo de ahí, gritándonos que éramos despreciables, se acercó a el néfilim y le acarició el  rostro, sobresaltándonos a mi demonio y a mí, provocando que Satanael estuviera a segundos de atacarle sin dudar. Para nuestra total sorpresa, Azael jamás le atacó, al contrario, trató de acercarse a más, aunque pudo notar nuestra alerta e incomodidad, que causó que huyera sin cuidado.

  Satanael y yo nos miramos en silencio, y supimos que algo dentro del ángel y de Azaroth había despertado, puesto que la expresión de éste último era de fascinación.

  Ese fue el inicio de una época de constantes visitas, por parte de Azael, sólo para sentarse junto a Azaroth y hablar con él, aunque realmente era el ángel quien hablaba, y el néfilim ya comenzaba a hablar y formar oraciones, imitando las palabras que había aprendido de nosotros y de sus charlas.

  Con el tiempo, Azaroth terminó de crecer, sin desarrollar más pares de alas, con su negro cabello más largo y sus manos delgadas con dedos finos. Satanael le había enseñado a pelear, un poco, en ese tiempo, y era capaz de moverse con agilidad, mas no de golpear con fuerza.

  Un día, Azael llegó con un bulto pequeño, que parecía tener enceres en su interior. Al verlo, Azaroth tomó su ropa y algunas pertenencias para guardarlas en dicho paquete, sin siquiera mirarnos, con la cabeza gacha, mientras el ángel observaba fijamente hacia otro lado. Sentí que mi corazón se derrumbaba, y debí mirar hacia arriba para contener las lágrimas. El ser al que Satanael y yo habíamos cuidado con todo lo que teníamos, estaba marchándose sin decir adiós.

  Mi demonio se puso frente a él y lo enfrentó con furia:

-¿¡Cómo eres capaz de irte, sin mirar atrás, sin pensar en nosotros, cuando te hemos dado todo lo que estaba a nuestro alcance!?

  Cuando Azaroth levantó la mirada, vi el río salado que corría por sus mejillas, y cómo se mordía el labio, con fuerza, mientras la sangre brotaba de él. A nuestro hijo también le dolía partir.

  Corrí hasta el más joven de todos, y lo abracé con toda la fuerza que era capaz de reunir. Él me envolvió también, y escuché cómo me pedía perdón por irse. Vi de reojo a Satanael cerrando sus manos en puños, y, aunque sólo me di cuenta más tarde, sentí su llanto bajar silenciosamente por su mandíbula.

  Me giré para ver a mi pareja, y le hice saber con la mirada que deseaba que se uniera a nuestra despedida. Azaroth y yo nos separamos para hacerle espacio a Satanael, que se unió formando un círculo pequeño, con los brazos de cada uno cruzando por la espalda de los otros. Juntamos nuestras frentes, y nos mantuvimos en silencio por un tiempo. Finalmente, volvimos a separarnos y yo tuve una idea.

  Anduve hasta nuestro árbol, de doradas manzanas, y arranqué una, con el fin de entregársela a Azaroth, quien la aceptó y guardó dentro del bulto que compartía con Azael, quien había observado, en completo silencio nuestro abrazo.

  Fui hasta el ángel, y le envolví con mis brazos por sorpresa. Le susurré que tuviera cuidado y que fuera fuerte, pero que también, fuera capaz de ser feliz con el que, en poco tiempo y de forma inesperada, se había vuelto un hijo para Satanael y para mí. Azael asintió en silencio y me miró determinadamente. Por fin, había madurado, aunque fuese un poco.


  Mientras el astro rey se ocultaba del cielo, y la luna comenzaba a salir, que ambos cuerpos celestes eran perfectamente visibles en el firmamento, Azael y Azaroth, tomados de la mano, se fueron del Edén, hacia un lugar que yo desconocía, pero que formaría una civilización con profundo respeto y veneración hacia la muerte, y a su regente, Anubis.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario