Barachiel IV
Miré una vez más su
armadura, con unas manchas en algunos lados, su cabello oscuro, un poco más
largo, pude analizar a profundidad las marcas que surcaban la piel de su
rostro, pálida, casi blanca, y sus ojos, que respondían mi mirada de forma
directa, y a la vez con duda. Analicé y grabé a fuego en mi memoria su
expresión, cada parte de ella.
Tardó un rato en
responderme, y cuando lo hizo no me miró a los ojos, lo hacía los lados, casi
buscando algo.
-“¿Por qué?... ¿Para qué Barachiel?”
Pareció querer decir algo más, sin embargo, algo lo detuvo.
Dudé sobre si decirle lo que realmente quería hacer;
agradecerle por su compañía, por aceptar mi presencia, por apreciar lo que era
capaz de hacer, mas no podía hacerlo, algo dentro de mí me lo impedía, me hacía
temblar.
Me dediqué
monótonamente a explicarle mis observaciones sobre los humanos, sobre cómo
éstos se expresaban el afecto y la gratitud y cómo había comenzado a
diferenciarlos con el paso del tiempo.
Al principio pareció
confundido, sin embargo me prestó atención y escuchó lo que yo había
descubierto, todo eso gracias a que Metatrón se negó a seguirme explicando los
misterios que me rodeaban fuera del paraíso, harto de mis cuestionamientos.
Había notado cómo
éstos expresaban su cariño de una forma más protectora hacía lo que, después me
dijo Satanael, ellos llamaban sus hijos, y cómo lo hacían más abiertamente
hacía sus parejas, concepto dado también por el demonio.
Mantuvimos siempre
la cercanía mientras hablábamos, parecía cómodo, casi alegre, y yo sentí crecer
algo nuevo en mi pecho, algo desconocido para mí.
A veces tomaba
algunas de las flores que había hecho crecer a nuestro alrededor y la analizaba
con detenimiento, como si no terminara de creer que lo hubiera hecho yo, como
si jamás hubiera visto algo así. Sentí otro nuevo sentimiento dentro de mí, y
me sorprendí al saber que Satanael era el causante de aquello.
Hasta que, mientras
hablaba un día de cómo se diferenciaban los humanos, caí en cuenta de algo.
-“Tú eres un… Hombre, ¿cierto, Satanael?”
Él asintió
desconfiado, y entonces solté la pregunta que me incomodaba.
-“¿Eso me hace una mujer?”
Se confundió por la
pregunta repentina, y me pidió una explicación, por lo que expresé que había
observado como los varones se relacionaban siempre con las mujeres.
Y por alguna razón
que no entendí, su rostro se coloreó de un rojo muy claro, mientras balbuceó
torpemente una pregunta.
-“¿Nos… consideras… una… una… pareja?...”
Asentí lentamente y
lo miré con extrañeza. ¿Él no lo hacía?
-“Pero no siento que me veo realmente como una mujer…
¿Podrías ayudarme?”
Después de esa
pregunta, que incomodó mucho a Satanael a mi parecer, discutimos cómo se veían
las mujeres, cómo andaban, actuaban, hablaban y eran anatómicamente, hasta que
creé una forma con la que me sentí cómodo, ¿o cómoda?, y que se viera femenina,
perfeccionándola con el paso de los días y haciendo cambio tras cambio sin
miedo.
Pasada la búsqueda
de mi apariencia ideal, el demonio y yo nos recostamos sobre el pasto en
silencio, observamos cómo la estrella mayor se escondía en el firmamento, cómo
las nubes se teñían de un tierno color naranja y luego se retiraban de nuestra
vista, empujadas por el viento hacia el oeste, cómo la contraparte de Sol se
asomaba con timidez por el cielo y cómo sus pequeñas y brillantes compañeras hacían
acto de presencia para formar parte del ritual nocturno acostumbrado.
Sin saber realmente
lo que hacía, y si estaba bien o no, me atreví a unir mi mano derecha con la
izquierda de Satanael, igual que había visto hacer a los hombres y a las
mujeres con sus parejas cuando estaban juntos, sin dejar de ver al firmamento,
internamente tuve miedo de ser rechazada, temí que me mirara con repulsión,
como lo hacían los ángeles, y que jamás volviera a visitarme en el Edén.
Sin embargo, cuando
volteó su rostro hacia mí, no observé nada de lo que creí que encontraría, solo
una mirada serena, tranquila, tierna, y no la apartaba, la mantenía fijada en
mí, provocándome un estremecimiento, de nuevo estaba ahí ese sentimiento
extraño, que me removía por dentro, y él me sonrió de lado muy leve, apenas visible;
aquello me llevó a armarme de valor y hacer lo que tenía planeado de antes.
Aún sin saber si sería rechazada o no, aún sin saber si eso estaba bien
o no, aún sin saber todos los problemas, y el desenlace que tendría aquello,
simplemente lo hice.
Lo besé.