jueves, 14 de abril de 2016

Y el Tiempo se detuvo.


Barachiel VI


  Cuando llegué a donde oí a Satanael, lo encontré rodeado de armas destrozadas y ángeles heridos, incluido el propio Michael. Corrí hasta el demonio sin importarme nada, solo para verlo bastante herido; él me miró como si no me hubiera visto en siglos y me abrazó con fuerza, sin embargo, oí cómo Michael se retorcía y gemía con furia.

  Me aparté lo más rápido que pude, y tomé su mano, solo para salir corriendo del paraíso, arrastrándolo conmigo. No quería que la situación ahí empeorara, sobre todo porque sabía que una vez que hacían enojar al más iracundo de los ángeles, eso no terminaría ni pronto, ni pacíficamente. Temí que nos siguieran por el jardín, que lo hirieran más de lo que ya estaba, que nos capturaran a ambos por huir o que

  Corrí por el Edén, con él siguiéndome como podía por las heridas, hasta llegar a nuestro espacio, bastante cerca del lago, cuando el Sol ya comenzaba a ponerse, alargando las sombras que se proyectaban a nuestros pies. Me giré a verlo por primera vez y lo vi temblando, sujetándose en sus rodillas; levantó su rostro, y volvió a tener la misma mirada que antes de huir del paraíso, se acercó a mí, me rodeó con sus brazos aún más fuerte que la vez anterior y escuché sollozos, amortiguados, principalmente, por sus propios labios en un intento por no derrumbarse.

  Sabía reconocerlos debido a que había oído a humanos llorando antes: mujeres después de que sus parejas cerraban sus ojos eternamente, niños que veían su objeto favorito roto, hombres que perdían a sus padres, millones de situaciones distintas; pero jamás había visto llorar a Satanael.

  Acaricié su espalda y sentí una gota, pequeña y frágil, caer de mi ojo izquierdo, aferrándome a él. Poco después, me susurró:

– “NuncaNunca más vuelvas a irte así…

  Entonces, recordé por qué fui al paraíso en primer lugar, escuché la voz de Metatrón en mi mente  ni tú… ni él pueden sentirlo”, pero la aparté. Él tampoco tenía idea de lo que estaba hablando. No podía tenerla. En ese momento entendí que, por mucho conocimiento que tengas, hay cosas que debes aprender por experiencia, como yo misma estaba haciendo en ese momento.

–“Satanael, ¿tú sabes lo que es amar?”

  Me miró confuso por unos momentos, sin decir nada, sólo para comenzar a enrojecerse unos instantes después, tartamudeó un poco y luego, tomándome de los hombros, preguntó:

–“¿P-Por qué lo dices, Barachiel?”

  Respondí sin apartar la mirada, completamente segura de lo que estaba por decir.

“Porque yo te amo, Satanael. Sin importar que los demás digan que no puedo hacerlo, o que no debo.”

  El desconcierto de Satanael creció, sus ojos se abrieron todo lo que sus párpados les permitieron, sus hombros cayeron, y el tono rojizo de su rostro se intensificó. Acorté la distancia entre nosotros, y junté mis labios con los suyos mientras la luz del día terminaba de desaparecer del cielo.

  Para cuando salió la luna, nuestras manos ya se habían tomado.

  Cuando las estrellas comenzaron a bailar por el cielo, formando siluetas brillantes en el oscuro firmamento, nuestros dedos se habían entrelazado, nos habíamos acercado más aún.

  El viento sopló, tierno, acariciando la fina hierba del suelo y las tímidas flores que empezaban a brotar a nuestros pies, pequeñas, de colores cálidos.

  La luz plateada se reflejó en la superficie cristalina del lago, mientras Satanael acariciaba mi rostro con delicadeza, como si temiera que fuera a romperme o desaparecer.

  Me aparté con suavidad, buscando sus ojos, y los encontré. Eran todavía más oscuros en la noche, pero podía ver amor en ellos, como también podía visualizar una sonrisa ligera en las comisuras de sus labios y un rubor apenas perceptible en sus mejillas.

  Se inclinó con lentitud hacia el suelo, y tomó una de los pequeños botones a nuestros pies, uno de un amarillo pastel, lo acomodó en mi cabello, haciéndome enrojecer. Unió una de sus manos con una de las mías, y me guió hasta uno de los árboles más frondosos. Tenía un tronco muy grueso, que era capaz de cubrir su ancha espalda.

  Me di cuenta de que ya estaba terminando de sanar; lo cual no me sorprendió, puesto que él mismo me había explicado que tenía la capacidad de curarse a una gran velocidad. Toqué su rostro con mi mano libre, muy suavemente, y le sonreí, a lo que él me sonrió de vuelta.

  Se quitó la armadura de la cintura para arriba, lo cual no me incomodó, no supe entender por qué, sentándose en el pasto, recargando su espalda en la madera. Me indicó que me sentara en el espacio vacío entre sus piernas, y lo hice. Me rodeó con sus brazos y me incliné hasta que mi espalda tocó su torso, mis hombros, los suyos, y mi coronilla, su mentón.

  Conocí, en ese momento, qué es lo que los humanos llaman felicidad al lado de Satanael. En ese cómodo silencio, roto por el silbido del viento entre las hojas de los árboles, él correspondió mi confesión en un susurro a mi oído. Besó la base de mi cuello y me hizo estremecer, por lo que me giré, preguntándome qué significaría eso. Con mayor rapidez, me tomó de la cintura, que habíamos contorneado cuando buscaba mi apariencia ideal, y me sentó sobre sus caderas. Lo abracé, confundida, y me sonrió.

“Quería estar más cerca de ti, Barachiel.”

  Junté nuestras frentes y le sonreí muy amplio, él solamente volvió a besarme, esta vez sin detenerse, en ningún momento, me abrazó aún más fuerte, y el tiempo, por primera vez, se detuvo.

  Se mantuvo detenido para nosotros, por mucho, demasiado, sin embargo, la noche siguió avanzando.

  Cuando volvió a correr, como el agua al caer de la cascada cercana, algo dentro de ambos había cambiado, para siempre.

  A solo un metro de nosotros, por sobre nuestras cabezas, un pequeño brote crecía rápidamente en el fértil suelo ante la luz de la luna, con hojas de un verde profundo, y la madera más resistente de todo el Edén; el primer y único árbol de su especie.

  Cuando salió el astro Rey, y la luna terminaba de esconderse, de las ramas del nuevo integrante del jardín, unas tiernas manzanas pendían.


  Brillantes y resplandecientes manzanas doradas.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario