Barachiel V
Cuando, después de
haberme atrevido a besarle por primera vez, Satanael abrió los ojos con
sorpresa, tuve un mal presentimiento, sin embargo, cuando se levantó y miró a
la oscura nada, inmóvil, en posición de ataque, temí lo peor. Quise tomar su
mano, tranquilizarlo, decir algo, lo que fuese, pero me quedé totalmente en
blanco, sin saber cómo actuar. Pasados unos segundos, se volvió hacia mí con
una expresión perturbada, como si acabase de ver algo que no le alegrase en lo
absoluto, aun cuando yo no pude ver nada por la negrura de la noche.
Tuve el valor de
preguntarle qué había sucedido, pero a la mitad de las preguntas, la
inseguridad me atacó: ¿Y si no le había gustado mi beso?
Me tranquilizó
acariciando mi rostro con su mano, cálida, y completamente distinta a la mía, y
sentí una extraña oleada de vergüenza cruzar todo mi rostro. ¿Por qué era eso?
Para mi maravilla,
volvió a besarme, esta vez con convicción. Sentí que me derretía por dentro y
deseé estremecerme, pero me mantuve firme. Me emocioné de sobremanera y tomé su
otra mano, igual que veía a los humanos hacer con sus parejas.
Dormimos juntos, con
los dedos entrelazados, mirando a las estrellas.
Cuando abrí los
ojos, el astro rey apenas estaba asomándose por entre los árboles, tiñendo de
forma tenue las blancas nubes que retozaban perezosamente en el frío azul. La
luna estaba ya desapareciendo, con timidez, mientras las avecillas comenzaban a
cantar con alegría.
Volteé a mi derecha,
encontrándome con la expresión tranquila de Satanael al dormir, que estaba
sobre su costado izquierdo. Acaricié su rostro con mi mano libre, pero él no
despertó, por lo que sólo me levanté con mucho cuidado y caminé por el Jardín.
Me senté en el
césped de un pequeño cerro, con un árbol en la cima, y me dediqué a observar a
los humanos por un largo rato, hasta que noté algo en ellos. Decidida, fui al
paraíso, sin decirle nada al, aun joven, demonio, buscando a Metatrón.
Sin saberlo, ésa
sería la última vez que visitaría el paraíso por voluntad propia, y la última
vez que le preguntaría algo a Metatrón.
Llegué a un campo
verde, como un valle, iluminado por los rayos del sol cálidamente, y con nubes
retozando con libertad cerca del suelo, con ángeles de distintas formas y
estratos volando de un lado al otro. Me dirigí con lentitud, sin mirar a nadie
en específico, hacia el acantilado donde siempre se sentaba Metatrón, tomando
asiento junto a él, que me miró con una expresión dura.
-“¿Crees que no sé lo que estás haciendo?”
Lo miré de vuelta
con la expresión en blanco y respondí con simpleza.
-“Lo que pienses de lo que hago no me interesa en lo
absoluto, ¿no fuiste tú mismo el que me dijo que solo te encargas de saber, y no
de juzgar?”
Apartó la mirada,
dirigiéndola al vacío, y volvió a preguntar.
-“Así que… ¿Qué quieres saber ahora de los humanos?”
Levanté la mirada
hacia el firmamento. En el paraíso, yo siempre veía el cielo de un azul
profundo, con nubes manchándolo muy ligero de blanco. Le respondí sin mirarlo.
-“¿Por qué los humanos sólo tienen una pareja?”
La respuesta fue
simple, pero aun así significó demasiado.
-“Porque ellos aman.”
-“¿Qué es amar?”
Volvió a mirarme,
con una expresión de desconcierto, y luego con una que jamás había visto, pero
parecía reticencia.
-“Algo que jamás seremos capaces de conocer nosotros, es
inherente de los humanos. Es el…
Apreciar de forma profunda a un igual, un
sentimiento puro, altruista, que provoca hacer lo que sea por el bienestar de
esa persona. Lo más parecido que sentimos es la adoración por El Padre, pero
solamente eso… Barachiel, ni tú… ni él pueden sentirlo, no deben, solo te
traerás problemas. Detente ya. Tú perteneces aquí.”
Yo solo me levanté y
me fui lo más rápido que pude sin hacer un escándalo.
Cuando estaba a
medio camino de vuelta, Azael me alcanzó voceando mi nombre, sin embargo,
cuando me giré, pude darme cuenta que no estaba nada contento de verme. Su
expresión era fría, como si estuviera molesto conmigo por alguna razón, y
cuando comenzó a hablar, mis sospechas casi fueron confirmadas por el tono duro
que utilizó.
-“Ya escuchaste a Metatrón, aléjate de ese demonio de una
vez. Somos ángeles, Barachiel. Jamás podremos amar, entiéndelo. Para de
comportarte como un niño humano y ser caprichoso.”
Sentí como algo
dentro de mí se endurecía, así que respondí en el mismo tono pedante que él.
-“Para tú de comportarte como un niño humano y creer que
sabes todo, Azaziel, porque no lo haces. No eres Metatrón, no opines si no
tienes idea.”
Su expresión cambió
a una de sorpresa total, luego pareció ofendido, pero no le di tiempo para que
respondiera, sólo me di la vuelta y empecé a andar de nuevo, buscando salir lo
antes posible. Pero aún no había avanzado
mucho cuando algo me hizo detenerme de golpe.
Un estruendo
increíblemente fuerte sacudió la tierra, y un grito atronador atravesó las
nubes.
-“…¡Barachieeeeeel!”
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