lunes, 11 de abril de 2016

En su busqueda


Satanael VI


Ésa había sido la noche más larga y placentera que pasé en el Edén, estar con ella así, con nuestras manos entrelazadas mirando al firmamento, en esa noche llena de estrellas.

No me di cuenta cuando me dormí, solo sé que esa noche soñé con su rostro, con sus labios y su voz susurrando en mi oído.

A la mañana siguiente, mejor dicho, al medio día, desperté con una sensación extraña. Apreté mi mano y no sentí la suya, me levante rápido y no la encontré a mi lado. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? no sentía su presencia en el Edén, ni siquiera en el mundo mortal.

Desesperado busqué por todo el jardín, esperando estar equivocado, en los pueblos aledaños, en los montes cercanos a las nubes, en los bosques más oscuros... hasta en el Inframundo.

Sí, tal vez estaba loco, por el hecho de buscarla en el peor lugar posible, pero la noche anterior Lilith nos había visto, y eso no podía ser nada bueno para nuestra relación.

Ella era el ser más peligroso en el infierno, no era tan poderosa como mi padre o mis hermanos, pero sabía cómo manipular a otros y eso a mi parecer es lo más peligroso que puedes hacer: tener el poder de imbuir tus pensamientos, o tus actos en otros para que estos hagan lo que tú quieras, es repugnante.

Pasaron algunos días, algunas noches, y mi humor no era del todo bueno; necesitaba verle, necesitaba tenerla cerca. Bajé a lo profundo del Inframundo, donde esa maldita se escondía, le busqué en el palacio, en las habitaciones, recorrí toda nuestra morada... y la encontré en el borde del rió Lethæus, o Lete para los antiguos, este era el rio del olvido, en el cual se bañaban las almas antes de reencarnar a sus nuevas vidas.

Le miré desde lejos, ella estaba sentada a un costado, sobre una gran roca mirando como las almas eran arrojadas al río por los sirvientes de mi padre. Me acerqué lentamente, sentía una extraña necesidad por tomarla del cuello y apretar hasta quebrarlo, pero me contuve, si llegaba a hacer algo como eso, mi padre de seguro haría algo mucho peor conmigo.

Seguí caminado hasta estar solo a pasos de ella, y de pronto oí su voz.

-"¿Qué haces aquí mi pequeño muñeco?, te veías tan feliz con esa escoria… ¿O es que ya te decidiste a ser completamente mio y a darte un baño en el Lethæus para olvidarle?"

Al escuchar su tono meloso, pero burlesco, sentí cómo esas ganas de arrancarle la cabeza crecían en mi pecho...

-"¿¡Dónde está!? ¿¡Tú te la llevaste!? ¡¡De seguro la tienes aquí en contra de su voluntad!!

-"Pero ¿qué dices pequeño? yo no le he hecho nada a esa linda escoria"

No soporte más y le tomé por los hombros, no sé qué tipo de expresión tenía, porque su rostro cambió del sarcasmo al terror absoluto.

-"Dime dónde está, ¡ahora!, o no me contendré más y te despedazare aquí, frente al río del olvido y te arrojare a él. ¡¡¡Nadie más sabrá de ti!!!

Entre gritos y sollozos dijo:

-"¡No sé nada! ¡No le he visto! Yo... ¡No sé nada de ella!!!"

Le dejé caer, me di la vuelta y salí de la vista de todos los presentes, lo más rápido que pude, no quería estar cerca de ese lugar nunca más.

¿Qué otro lugar quedaba? ya había revisado todos los lugares posibles, todos los escondrijos que se me habían ocurrido, ¿dónde podría estar Barachiel? ¿Le habrían llevado en contra de su voluntad?

Ya agotado y ofuscado, me senté bajo el triste árbol que me cobijo mis primeros días en el Jardín, vi el lago, sentí la brisa, el calor del sol, el césped húmedo a mis pies... Pero nada de eso era igual sin ella. Vi, de pronto, a unas aves volando a la distancia, surcando las nubes y acercándose al Sol...

El Sol…

El Cielo.

¡El Paraíso!

Ése era el lugar que menos pensaba visitar a lo largo de mi vida, pero si ella estaba ahí, tenía que rescatarla. Me las arreglé para seguir a un par de ángeles que estaban de paso por el Edén, vi cómo entraban por un portal y desaparecían en una luz muy fuerte.

Sin siquiera pensarlo, me acerqué y adentré en esa luz, esperando poder ver su rostro una vez más.

Cuando la luz se disipó, logré divisar un paraje como ningún otro había visto, las nubes estaban tan cerca del suelo que podías alcanzarlas con solo levantar tus brazos, había mucha luz, pero no logré ver un sol como tal, vi muchos seres luminosos a lo lejos caminando y elevándose para recostarse en aquellas nubes.

Caminé lento, con cautela, no había sombras donde poder ocultarme, entonces fue cuando sentí un dolor muy punzante en la boca del estómago. Una lanza me había atravesado.

-"¿Qué... mierda es ésta?"

Mi visión se hacía difusa, nebulosa, cerré mis ojos por el dolor, pero sólo pude ver su rostro en mi mente.

Apreté mis puños, no era tiempo aun, no podía parar en ese momento, solo unos pasos más y la encontraría, levanté la vista y lo vi; solo había escuchado historias de él, solo leyendas de como mi padre y el luchaban en contra de dragones, bestias sagradas, antiguas como el tiempo mismo, los cuales vivían en el paraíso y que le hacían la vida imposible a los seres inferiores.

Su rostro era severo, sus ojos como dos fogones llameantes: Michael, el Arcángel de la guerra, comandante de los ejércitos celestiales.

-"Basura como tú no debería estar en un lugar tan sagrado como este, ¡¡no tienes derecho escoria!! ¡Vete al infierno con tu padre, El Caído! ¡Ese maldito ladrón!"

-"¿Ladrón? ¿Por qué lo llamas así? ¿Qué fue lo que te robo para que lo llames de esa forma?"

A esas alturas mi visión estaba mejorando, podía distinguir las cosas a mi alrededor, a los seres que me apuntaban con lanzas a diestra y siniestra.

-"Cuando fue desterrado, tu padre y yo tuvimos una lucha, una tan épica, que todos en el universo pudieron ver como caía en una bola de fuego, antes de que eso sucediera, ese maldito robo mi espada sagrada, "Deimos", ¡la gran espada del terror!"

-"¿Te refieres a ésta?... ¡¡Deimos!!"

La gran Espada del Terror, la cual había conseguido de manos de mi padre la noche en que me volví un "adulto", me la había entregado para llevar miedo y desesperación a los seres que le desterraron a su actual morada.

Esta arma tenía algo muy particular, tomaba la forma de un anillo de plata envejecida cuando no era utilizada, y tenías que decir su nombre en alto para que se convirtiera en una gran espada a dos manos.

Sostuve la espada con mi mano derecha, y con la izquierda retiré la lanza de Michael arrojándola al piso, el contacto con ella hacía que mi piel ardiera y sintiera cómo se quemaba rápidamente: era de Oro Sagrado, un material tabú para los demonios.

Me levanté como pude, y blandí mi espada en contra de los seres a mi alrededor, arrasando con varios de ellos a mi paso; solo se podían distinguir sus ropajes y armas destrozadas llenas de icor dorado, la sangre de los seres inmortales. Les partía por la mitad, los despedazaba a mi paso; me había convertido en lo que mi padre deseaba: El Veneno de los Dioses.

Le planté cara a Michael, me acerqué lo más rápido que pude, arrasando con todo a mi paso. Cuando por fin lo tuve frente a mí, su rostro se había deformado por la ira, levantó sus manos y una lanza dorada atravesó mi pecho, justo donde se encontraba mi corazón, eso me detuvo por completo.

-"Escoria como tú no merece estar cerca de la pureza, no merece estar cerca de la creación del Dios Padre"

Mi cuerpo se sentía pesado, tenso, y mi pecho se quemaba por el efecto del Oro Sagrado. ¿Había llegado tan lejos para esto? ¿Había cruzado los mundos solo para caer en manos de este tipo? No. ¡NO!

Y grité con todas mis fuerzas su nombre, el nombre de mi ángel, tomé la espada y con todas mis fuerzas atravesé y despedacé a Michael arrojando sus mitades en ambas direcciones. Su icor cayó en mis heridas y sentí un leve alivio momentáneo; las miradas de terror y pánico se centraron en mí, a mi alrededor no había más que seres de luz observando la matanza que había dejado por mi arranque de furia.

La mitad superior de Michael me miraba con una expresión de desconcierto y miedo; por un momento había superado y con creces a mi padre, "La leyenda", "El Caído".

Luego, a la distancia, logré ver algo que me resultaba familiar, algo maravilloso: su rostro, mi ángel, mi Barachiel.


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