Satanael VI
Ésa había sido la noche más larga y
placentera que pasé en el Edén, estar con ella así, con nuestras manos
entrelazadas mirando al firmamento, en esa noche llena de estrellas.
No me di cuenta cuando me dormí, solo sé
que esa noche soñé con su rostro, con sus labios y su voz susurrando en mi
oído.
A la mañana siguiente, mejor dicho, al
medio día, desperté con una sensación extraña. Apreté mi mano y no sentí la
suya, me levante rápido y no la encontré a mi lado. ¿Dónde estaba? ¿Qué había
pasado? no sentía su presencia en el Edén, ni siquiera en el mundo mortal.
Desesperado busqué por todo el jardín,
esperando estar equivocado, en los pueblos aledaños, en los montes cercanos a
las nubes, en los bosques más oscuros... hasta en el Inframundo.
Sí, tal vez estaba loco, por el hecho de
buscarla en el peor lugar posible, pero la noche anterior Lilith nos había
visto, y eso no podía ser nada bueno para nuestra relación.
Ella era el ser más peligroso en el
infierno, no era tan poderosa como mi padre o mis hermanos, pero sabía cómo
manipular a otros y eso a mi parecer es lo más peligroso que puedes hacer:
tener el poder de imbuir tus pensamientos, o tus actos en otros para que estos
hagan lo que tú quieras, es repugnante.
Pasaron algunos días, algunas noches, y mi
humor no era del todo bueno; necesitaba verle, necesitaba tenerla cerca. Bajé a
lo profundo del Inframundo, donde esa maldita se escondía, le busqué en el
palacio, en las habitaciones, recorrí toda nuestra morada... y la encontré en
el borde del rió Lethæus, o Lete para los antiguos, este era el rio del olvido,
en el cual se bañaban las almas antes de reencarnar a sus nuevas vidas.
Le miré desde lejos, ella estaba sentada a
un costado, sobre una gran roca mirando como las almas eran arrojadas al río
por los sirvientes de mi padre. Me acerqué lentamente, sentía una extraña
necesidad por tomarla del cuello y apretar hasta quebrarlo, pero me contuve, si
llegaba a hacer algo como eso, mi padre de seguro haría algo mucho peor
conmigo.
Seguí caminado hasta estar solo a pasos de
ella, y de pronto oí su voz.
-"¿Qué haces aquí mi pequeño muñeco?, te veías tan feliz con
esa escoria… ¿O es que ya te decidiste a ser completamente mio y a darte un
baño en el Lethæus para olvidarle?"
Al escuchar su tono meloso, pero burlesco, sentí cómo esas ganas
de arrancarle la cabeza crecían en mi pecho...
-"¿¡Dónde está!? ¿¡Tú te la llevaste!? ¡¡De seguro la tienes
aquí en contra de su voluntad!!
-"Pero ¿qué dices pequeño? yo no le he
hecho nada a esa linda escoria"
No soporte más y le tomé por los hombros, no sé qué tipo de
expresión tenía, porque su rostro cambió del sarcasmo al terror absoluto.
-"Dime dónde está, ¡ahora!, o no me
contendré más y te despedazare aquí, frente al río del olvido y te arrojare a él.
¡¡¡Nadie más sabrá de ti!!!
Entre gritos y sollozos dijo:
-"¡No sé nada! ¡No le he visto! Yo... ¡No sé nada de
ella!!!"
Le dejé caer, me di la vuelta y salí de la vista de todos los
presentes, lo más rápido que pude, no quería estar cerca de ese lugar nunca más.
¿Qué otro lugar quedaba? ya había revisado
todos los lugares posibles, todos los escondrijos que se me habían ocurrido, ¿dónde
podría estar Barachiel? ¿Le habrían llevado en contra de su voluntad?
Ya agotado y ofuscado, me senté bajo el
triste árbol que me cobijo mis primeros días en el Jardín, vi el lago, sentí la
brisa, el calor del sol, el césped húmedo a mis pies... Pero nada de eso era
igual sin ella. Vi, de pronto, a unas aves volando a la distancia, surcando las
nubes y acercándose al Sol...
El Sol…
El Cielo.
¡El Paraíso!
Ése era el lugar que menos pensaba visitar
a lo largo de mi vida, pero si ella estaba ahí, tenía que rescatarla. Me las
arreglé para seguir a un par de ángeles que estaban de paso por el Edén, vi cómo
entraban por un portal y desaparecían en una luz muy fuerte.
Sin siquiera pensarlo, me acerqué y
adentré en esa luz, esperando poder ver su rostro una vez más.
Cuando la luz se disipó, logré divisar un
paraje como ningún otro había visto, las nubes estaban tan cerca del suelo que
podías alcanzarlas con solo levantar tus brazos, había mucha luz, pero no logré
ver un sol como tal, vi muchos seres luminosos a lo lejos caminando y
elevándose para recostarse en aquellas nubes.
Caminé lento, con cautela, no había
sombras donde poder ocultarme, entonces fue cuando sentí un dolor muy punzante
en la boca del estómago. Una lanza me había atravesado.
-"¿Qué... mierda es ésta?"
Mi visión se hacía difusa, nebulosa, cerré mis ojos por el dolor,
pero sólo pude ver su rostro en mi mente.
Apreté mis puños, no era tiempo aun, no
podía parar en ese momento, solo unos pasos más y la encontraría, levanté la
vista y lo vi; solo había escuchado historias de él, solo leyendas de como mi
padre y el luchaban en contra de dragones, bestias sagradas, antiguas como el
tiempo mismo, los cuales vivían en el paraíso y que le hacían la vida imposible
a los seres inferiores.
Su rostro era severo, sus ojos como dos
fogones llameantes: Michael, el Arcángel de la guerra, comandante de los
ejércitos celestiales.
-"Basura como tú no debería estar en
un lugar tan sagrado como este, ¡¡no tienes derecho escoria!! ¡Vete al infierno
con tu padre, El Caído! ¡Ese maldito ladrón!"
-"¿Ladrón? ¿Por qué lo llamas así? ¿Qué
fue lo que te robo para que lo llames de esa forma?"
A esas alturas mi visión estaba mejorando, podía distinguir las
cosas a mi alrededor, a los seres que me apuntaban con lanzas a diestra y
siniestra.
-"Cuando fue desterrado, tu padre y
yo tuvimos una lucha, una tan épica, que todos en el universo pudieron ver como
caía en una bola de fuego, antes de que eso sucediera, ese maldito robo mi
espada sagrada, "Deimos", ¡la gran espada del terror!"
-"¿Te refieres a ésta?... ¡¡Deimos!!"
La gran Espada del Terror, la cual había conseguido de manos de mi
padre la noche en que me volví un "adulto", me la había entregado
para llevar miedo y desesperación a los seres que le desterraron a su actual
morada.
Esta arma tenía algo muy particular,
tomaba la forma de un anillo de plata envejecida cuando no era utilizada, y tenías
que decir su nombre en alto para que se convirtiera en una gran espada a dos
manos.
Sostuve la espada con mi mano derecha, y
con la izquierda retiré la lanza de Michael arrojándola al piso, el contacto
con ella hacía que mi piel ardiera y sintiera cómo se quemaba rápidamente: era
de Oro Sagrado, un material tabú para los demonios.
Me levanté como pude, y blandí mi espada
en contra de los seres a mi alrededor, arrasando con varios de ellos a mi paso;
solo se podían distinguir sus ropajes y armas destrozadas llenas de icor
dorado, la sangre de los seres inmortales. Les partía por la mitad, los
despedazaba a mi paso; me había convertido en lo que mi padre deseaba: El
Veneno de los Dioses.
Le planté cara a Michael, me acerqué lo más
rápido que pude, arrasando con todo a mi paso. Cuando por fin lo tuve frente a mí,
su rostro se había deformado por la ira, levantó sus manos y una lanza dorada
atravesó mi pecho, justo donde se encontraba mi corazón, eso me detuvo por
completo.
-"Escoria como tú no merece estar
cerca de la pureza, no merece estar cerca de la creación del Dios Padre"
Mi cuerpo se sentía pesado, tenso, y mi
pecho se quemaba por el efecto del Oro Sagrado. ¿Había llegado tan lejos para
esto? ¿Había cruzado los mundos solo para caer en manos de este tipo? No. ¡NO!
Y grité con todas mis fuerzas su nombre,
el nombre de mi ángel, tomé la espada y con todas mis fuerzas atravesé y
despedacé a Michael arrojando sus mitades en ambas direcciones. Su icor cayó en
mis heridas y sentí un leve alivio momentáneo; las miradas de terror y pánico
se centraron en mí, a mi alrededor no había más que seres de luz observando la
matanza que había dejado por mi arranque de furia.
La mitad superior de Michael me miraba con
una expresión de desconcierto y miedo; por un momento había superado y con
creces a mi padre, "La leyenda", "El Caído".
Luego, a la distancia, logré ver algo que
me resultaba familiar, algo maravilloso: su rostro, mi ángel, mi
Barachiel.
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