Barachiel VI
Cuando llegué a
donde oí a Satanael, lo encontré rodeado de armas destrozadas y ángeles
heridos, incluido el propio Michael. Corrí hasta el demonio sin importarme
nada, solo para verlo bastante herido; él me miró como si no me hubiera visto
en siglos y me abrazó con fuerza, sin embargo, oí cómo Michael se retorcía y
gemía con furia.
Me aparté lo más
rápido que pude, y tomé su mano, solo para salir corriendo del paraíso,
arrastrándolo conmigo. No quería que la situación ahí empeorara, sobre todo
porque sabía que una vez que hacían enojar al más iracundo de los ángeles, eso
no terminaría ni pronto, ni pacíficamente. Temí que nos siguieran por el jardín,
que lo hirieran más de lo que ya estaba, que nos capturaran a ambos por huir o
que…
Corrí por el Edén,
con él siguiéndome como podía por las heridas, hasta llegar a nuestro espacio,
bastante cerca del lago, cuando el Sol ya comenzaba a ponerse, alargando las
sombras que se proyectaban a nuestros pies. Me giré a verlo por primera vez y lo
vi temblando, sujetándose en sus rodillas; levantó su rostro, y volvió a tener
la misma mirada que antes de huir del paraíso, se acercó a mí, me rodeó con sus
brazos aún más fuerte que la vez anterior y escuché sollozos, amortiguados,
principalmente, por sus propios labios en un intento por no derrumbarse.
Sabía reconocerlos
debido a que había oído a humanos llorando antes: mujeres después de que sus
parejas cerraban sus ojos eternamente, niños que veían su objeto favorito roto,
hombres que perdían a sus padres, millones de situaciones distintas; pero jamás
había visto llorar a Satanael.
Acaricié su espalda y
sentí una gota, pequeña y frágil, caer de mi ojo izquierdo, aferrándome a él.
Poco después, me susurró:
– “Nunca… Nunca más vuelvas a irte así…”
Entonces, recordé
por qué fui al paraíso en primer lugar, escuché la voz de Metatrón en mi mente
– “ni tú… ni él pueden sentirlo”
–, pero la aparté. Él tampoco
tenía idea de lo que estaba hablando. No podía tenerla. En ese momento entendí
que, por mucho conocimiento que tengas, hay cosas que debes aprender por
experiencia, como yo misma estaba haciendo en ese momento.
–“Satanael, ¿tú sabes lo que es amar?”
Me miró confuso por
unos momentos, sin decir nada, sólo para comenzar a enrojecerse unos instantes después,
tartamudeó un poco y luego, tomándome de los hombros, preguntó:
–“¿P-Por qué lo dices, Barachiel?”
Respondí sin apartar
la mirada, completamente segura de lo que estaba por decir.
–“Porque yo te amo, Satanael. Sin importar que los demás
digan que no puedo hacerlo, o que no debo.”
El desconcierto de
Satanael creció, sus ojos se abrieron todo lo que sus párpados les permitieron,
sus hombros cayeron, y el tono rojizo de su rostro se intensificó. Acorté la
distancia entre nosotros, y junté mis labios con los suyos mientras la luz del
día terminaba de desaparecer del cielo.
Para cuando salió la
luna, nuestras manos ya se habían tomado.
Cuando las estrellas
comenzaron a bailar por el cielo, formando siluetas brillantes en el oscuro
firmamento, nuestros dedos se habían entrelazado, nos habíamos acercado más aún.
El viento sopló,
tierno, acariciando la fina hierba del suelo y las tímidas flores que empezaban
a brotar a nuestros pies, pequeñas, de colores cálidos.
La luz plateada se
reflejó en la superficie cristalina del lago, mientras Satanael acariciaba mi
rostro con delicadeza, como si temiera que fuera a romperme o desaparecer.
Me aparté con
suavidad, buscando sus ojos, y los encontré. Eran todavía más oscuros en la
noche, pero podía ver amor en ellos, como también podía visualizar una sonrisa
ligera en las comisuras de sus labios y un rubor apenas perceptible en sus
mejillas.
Se inclinó con
lentitud hacia el suelo, y tomó una de los pequeños botones a nuestros pies,
uno de un amarillo pastel, lo acomodó en mi cabello, haciéndome enrojecer. Unió
una de sus manos con una de las mías, y me guió hasta uno de los árboles más
frondosos. Tenía un tronco muy grueso, que era capaz de cubrir su ancha
espalda.
Me di cuenta de que
ya estaba terminando de sanar; lo cual no me sorprendió, puesto que él mismo me
había explicado que tenía la capacidad de curarse a una gran velocidad. Toqué
su rostro con mi mano libre, muy suavemente, y le sonreí, a lo que él me sonrió
de vuelta.
Se quitó la armadura
de la cintura para arriba, lo cual no me incomodó, no supe entender por qué,
sentándose en el pasto, recargando su espalda en la madera. Me indicó que me
sentara en el espacio vacío entre sus piernas, y lo hice. Me rodeó con sus
brazos y me incliné hasta que mi espalda tocó su torso, mis hombros, los suyos,
y mi coronilla, su mentón.
Conocí, en ese
momento, qué es lo que los humanos llaman felicidad al lado de Satanael. En ese
cómodo silencio, roto por el silbido del viento entre las hojas de los árboles,
él correspondió mi confesión en un susurro a mi oído. Besó la base de mi cuello
y me hizo estremecer, por lo que me giré, preguntándome qué significaría eso.
Con mayor rapidez, me tomó de la cintura, que habíamos contorneado cuando
buscaba mi apariencia ideal, y me sentó sobre sus caderas. Lo abracé,
confundida, y me sonrió.
–“Quería estar más cerca de ti, Barachiel.”
Junté nuestras
frentes y le sonreí muy amplio, él solamente volvió a besarme, esta vez sin
detenerse, en ningún momento, me abrazó aún más fuerte, y el tiempo, por
primera vez, se detuvo.
Se mantuvo detenido
para nosotros, por mucho, demasiado, sin embargo, la noche siguió avanzando.
Cuando volvió a
correr, como el agua al caer de la cascada cercana, algo dentro de ambos había
cambiado, para siempre.
A solo un metro de
nosotros, por sobre nuestras cabezas, un pequeño brote crecía rápidamente en el fértil suelo ante
la luz de la luna, con hojas de un verde profundo, y la madera más resistente
de todo el Edén; el primer y único árbol de su especie.
Cuando salió el astro
Rey, y la luna terminaba de esconderse, de las ramas del nuevo integrante del
jardín, unas tiernas manzanas pendían.
Brillantes y
resplandecientes manzanas doradas.