viernes, 25 de noviembre de 2016

Ego Incolumi

Fuera de la noche que me cubre,
Negro como el hoyo de polo a polo,
Doy gracias a los dioses si existen
Por mi alma invicta.

En las garras de las circunstancias
No he llorado ni pestañado.
Bajo los golpes del destino
Mi cabeza ensangrentada sigue erguida.

Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
Yacen los horrores de la sombra,
Sin embargo, la amenaza de los años
Encuentra, y me encontrará sin miedo.

No importa cuan estrecho sea el camino,
Cuán cargada de castigos la sentencia,
Yo soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.

martes, 26 de julio de 2016

Nuestro Cachorro


Satanael VIII


Cuando el color tenue del amanecer comenzaba a hacerse presente, el bello rostro de Barachiel estaba a mi lado, como cada mañana.

Ya habían pasado algunas lunas desde que nuestro hijo se marchó del Edén junto al ángel caído Azael, habíamos recibido unas pocas noticias de ellos desde el Mediterráneo, muy al Este de nuestra posición en aquel momento.

Habían logrado establecerse en un reino donde adoraban a la muerte y al sol, ellos eran felices juntos, como mi ángel y yo.

Los días y noches pasaban rápido en el Edén, más de lo que yo quisiera, la civilización se hacía cada vez más grande, un mayor número de humanos rodeaban nuestro hogar, instalados en sus chozas y cabañas, templos nuevos se construían cada amanecer, nuevos "Dioses" se alzaban, buscando tener mayor protagonismo que los demás, aunque sus cultos y recién formadas religiones me tenían sin cuidado.

Continuamente teníamos más rumores de Ángeles caídos y Demonios teniendo relaciones con los seres humanos, o entre ellos mismos, dando paso a criaturas nuevas, como nuestro hijo: los humanos les llamaban Nephilim, o semidioses, en otros lugares.

Cuando Barachiel se enteró de eso, se sintió triste y desolada, ya que no podía engendrar un hijo conmigo; al parecer nuestro amor no era suficiente como para que los Dioses nos dieran el honor de traer a un nuevo ser a este mundo. Eso me provocaba ira...



Un nuevo amanecer se dejó ver en el Edén, y al despertar no vi a Barachiel a mi lado, como era de costumbre, salí de nuestro lecho de un salto y corrí a buscarla por los alrededores de nuestro hogar. Al pasar unos minutos le encontré arrodillada cerca de unos arbustos con hojas marchitas y el césped a su alrededor sin vida, me percaté de que ella estaba llorando con un pequeño bulto en sus brazos.

Al acercarme y abrazarle por la espalda, ella se sorprendió, me apegué a ella lo más que pude y noté que en sus brazos, mal herido, se encontraba un pequeño cachorro de León.

Se veía pequeño y frágil, estaba desnutrido y sucio, podías darte cuenta a simple vista de que tenía varios días vagando, también tenía heridas en la piel, posiblemente rasguños de aves de rapiña.

Levanté a ambos y los acompañé a nuestro pequeño hogar, Barachiel curó sus heridas y trató de darle hierbas para que pudiera comer, a lo que el pequeño cachorro de león rehuía un poco.

– Barachiel, este pequeño no comerá esas hierbas, él no es un herbívoro, es un carnívoro, necesita otro tipo de alimentos. –

–Entonces, ¿qué debe comer? No sé qué darle para que esté mejor… ¿qué debería hacer, Satanael? –

–Espera aquí, no te separes de su lado. Vendré en un momento.-

Me marché a conseguir algo que el pequeño pudiese comer, recorrí la planicie y el valle, hasta que, a lo lejos, encontré unos animales de grandes astas, a los que los humanos llamaban ciervos.



Regresé a nuestro hogar con mis manos manchadas de rojo y con un bulto lleno de comida ideal para el cachorro, que esperaba mi llegada con mi ángel.

Al verme cruzar el umbral de nuestra morada cubierto por manchas rojas, Barachiel saltó asustada, pero le tranquilicé dándole un suave beso en su frente, me arrodillé a un lado del pequeño, quien comenzó a moverse levemente al sentir el olor a sangre en mis manos.

El pequeño se incorporó rápido y comenzó a lamer mis dedos, luego a morderlos levemente hasta que se pudo poner de pie. Deposité los pedazos de carne en un cuenco y lo puse a su lado, Barachiel me miraba con sorpresa y notaba un poco de admiración en sus ojos, algo que me hacía sentir de alguna forma... feliz.

Me acerqué a ella y me senté a su lado, rodeándole con mis brazos y dándole un suave beso nos quedamos viendo a nuestro pequeño comer su primera cena en familia.



Nuestros días se hicieron más felices con nuestro pequeño, nos dimos cuenta de que era una especie que solo se daba en una parte específica de la tierra, éste era indómito de Nemea, una localidad de Clemea, ciudad que abarcó los bosques y praderas de su hogar. Como el cachorro venía de esas tierras decidimos que lo llamaríamos como su hogar, pero éste terminó siendo "Nem".

Nem se despertaba muy avanzada la mañana y jugaba con Barachiel la mayor parte del día, cazaba por las tardes conmigo y dormíamos los tres en nuestro lecho por las noches, todo era muy tranquilo y mi ángel se veía feliz con nuestro pequeño.

Las semanas pasaban y se oían más rumores de los Nephilim, más grandes, más fuertes... hijos de los Dioses… No me importaban, en realidad, menos aún con la llegada de Nem a nuestras vidas, Barachiel solo tenía ojos para él.

Desde que salí del Inframundo mi armadura fue cambiando con el tiempo, era una armadura que reflejaba mi espíritu, ésta tomaba la forma que yo quería forjar en ella, tomé la decisión de darle forma con una figura muy parecida a la de un León en el pecho de ésta.

Nem fue creciendo más y más, tanto que su tamaño era el doble o el triple del tamaño normal de un León, también su piel era distinta, era muy gruesa y de un color muy obscuro, tanto como el ébano.

Cazaba cada día con él para enseñarle a ser sigiloso y a la vez certero, su hambre se incrementaba igual que su tamaño, se veía muy sano y eso nos hacía felices a Barachiel y a mí.



Unas cuantas semanas pasaron y decidimos que Nem necesitaba aprender a cazar y ser autosuficiente, Barachiel me encargó la tarea de irme de viaje junto a nuestro pequeño, y enseñarle todo lo necesario para vivir, cosa que acepté a regañadientes, ya que no quería separarme de su lado.

La mañana de nuestra partida me levanté con muy pocas ganas, la noche anterior Barachiel y yo habíamos tenido una "larga conversación" respecto a nuestra separación y mi viaje con Nem, ella también se sentía triste por dejarnos ir, pero sabía que debía hacerlo si quería que Nem siguiera creciendo bien a nuestro lado; así fue como partimos, dejando atrás a mi amada Barachiel.



Los días sin mi ángel eran largos y con tenues lapsus de tristeza, la compañía de Nem me ayudaba a seguir nuestro camino.

Un día nos adentramos en un bosque lejano, en los dominios de un supuesto "Dios Solar" llamado Shamash o Utu para algunos humanos. Nos movimos lo más sigilosos que pudimos a lo largo de ese obscuro bosque, nos adentramos en las sombras y encontramos un gran rebaño de animales de un color rojizo, muy parecido al metal que los humanos llamaban cobre. Era un gran grupo de vacas, las cuales a Nem le parecieron muy buena presa.

A los pocos minutos habíamos arrasado con varias de las bestias y Nem estaba más que satisfecho, nos sentamos en un claro bajo a un árbol que me recordaba a nuestro hogar y pensaba en que estaría haciendo Barachiel en esos momentos. Cerré mis ojos un instante y me dormí profundamente con Nem acurrucado a mi lado, solo pude soñar con ella, su sonrisa y su aroma.

Desperté por los gritos de un hombre, cuando me incorpore vi a Nem en una pose de defensa frente a mí y pude divisar a esa figura alta, como de unos 3 metros, con piel morena, casi cobriza, que gritaba y vociferaba en un idioma que no podía entender bien, uno antiguo, arcano. Era Shamash... el "Dios Solar" de esas tierras.

El "Dios" alzaba sus brazos y gritaba con fuerza, al parecer esos animales eran de su propiedad. Sacó de su espalda un gran arco dorado, con unas flechas del porte de lanzas y apuntó en mi dirección, me puse de pie lo más rápido que pude y lo miré detenidamente.

Shamash gritó algo que creí entender como –"¡¡Te destruiré!! "– y soltó una de sus "flechas/lanzas" que logré esquivar con dificultad, por suerte no apuntó a Nem que saltó hacia el costado opuesto al que lo hice yo.

Viendo la situación actual, solo quedaba una opción...

Los ojos rojos de Nem se volvieron de un color dorado, muy similar al Icor de los ángeles y Dioses, su pelaje se erizó y la poca melena que tenia se sacudió... de pronto soltó un rugido que estremeció la tierra, los pájaros volaron aterrorizados y las pocas bestias que quedaron en pie salieron despedidas del pánico.

Me quedé estupefacto al ver a Nem de esa forma, no me lo esperaba en realidad, ver al pequeño que criamos con Barachiel tan fiero y poderoso me dio fuerzas, y ¿por qué no decirlo?, ganas de una batalla épica.

Al ver esto Shamash entró en frenesí, atacando a diestra y siniestra con su arco, ahora sus flechas al ser disparadas se encendían en fuego azul, una de ellas me dio en el hombro y, por los Dioses... quemaba demasiado, ni siquiera mi armadura había sido suficiente para detener a esa maldita flecha/lanza.

Nem se abalanzó sobre Shamash, al verme en problemas, y éste en respuesta le disparó una de sus malditas flechas a Nem, pero, para mi sorpresa, la flecha no hizo más que rebotar en la piel erizada de nuestro pequeño. Eso me hizo plantear una nueva estrategia, saqué la flecha de mi hombro y me puse de pie para comenzar con nuestro ataque.

Nem y yo habíamos practicado varias formas de cazar a nuestras presas, en esta ocasión decidimos que la mejor opción era rodear y atacar en conjunto, corrimos rápido alrededor de Shamash y le di un certero golpe en su pecho descubierto que lo hizo tastabillar, a lo que Nem respondió mordiendo y despedazando una de sus piernas, provocando que el suelo se llenara con la hermosa sustancia que brotaba de su herida.

Me separé un poco para tomar impulso y me abalancé sobre el Dios herido, dándole varios golpes en su torso, sentí sus huesos romperse con cada uno de mis puñetazos, lo cual, de alguna forma, me hacía sentir bien.

El "Dios Solar" cayó abatido, respiraba con dificultad, me acerqué y le vi a los ojos, vi el terror en ellos, como pudo, el Dios caído susurró unas palabras que entendí con dificultad... –"Mata Dragones"... "El León Negro... Satanael."–

¿Cómo es que este Dios sabía mi nombre? O ¿es que los rumores de mi anterior visita al paraíso habían llegado a estas lejanas tierras del oriente? No lo sabía con seguridad, solo puse mi pie sobre su garganta y pisé con fuerza: un montón de Icor se desperdigó por el piso, manchando también mi bota.

Vi a mi pequeño Nem ya convertido en un adulto, me acerqué a el arrodillándome a su lado y le dije:

–Este es el mundo fuera del Edén, de nuestro hogar. Si sales algún día de él, tendrás que enfrentarte a cosas como estas a diario; eres fuerte, muy fuerte y tienes que hacerle frente a más cosas en un futuro, pero no desesperes: siempre estaremos contigo. –

Me levanté y revolví un poco su melena con mi mano, jugueteando con ella, me sentía bien, me sentía fuerte después de tanto tiempo sin una batalla, aunque decidí nunca contarle a Barachiel lo sucedido ese día.

Nuestro camino continuó con rumbo al oriente, más y más allá de las tierras de los sumerios y acadios, civilizaciones grandes y poderosas que siguieron con los rumores de Nem y míos. La mayoría comenzaba a llamarme "El León Negro, Satanael", título que no me desagradaba en lo absoluto.

Unas cuantas lunas llenas pasaron, no supe bien si fueron cuatro o cinco; a mi parecer, fue una eternidad, no había día que no pensara en ella, en mi ángel: mi Barachiel. Cada noche soñaba con su voz, con su sonrisa y su rostro, la luna me la recordaba.

Había escuchado de los humanos que encontraba a nuestro paso, que en un lugar muy alejado de la civilización estaba situado un árbol de manzanas doradas que resplandecían con las luz del astro rey y servían de guía en las noches por la luz de la luna, ellos decían que había sido un regalo de "Selene, la Diosa Lunar",  aunque yo sabía perfectamente la verdadera historia detrás de ese árbol.

Al final de la sexta luna llena, Nem ya era todo  un león adulto, era más grande, más fuerte y más temible que ningún otro, al ver esto, decidí que era tiempo de regresar a casa.

Nuestro regreso fue más rápido de lo que me imaginaba, los humanos que podían lograr vernos susurraban a nuestras espaldas “El León Negro Satanael". Los rumores se habían extendido por todo el antiguo mundo, algunos me llamaban solo "León Negro"...

Al entrar al Edén me encontré con una sorpresa que no me esperaba: los árboles, los prados, todos los frutos y arbustos estaban marchitos, pero a pesar de eso, cerca del lago, vi una figura que me traía muchos recuerdos, antes de darme cuenta, Nem ya había corrido y se había lanzado sobre mi ángel, jugueteando con ella. Me acerqué y susurré a su lado:

–Ya estamos en casa, mi ángel. –



martes, 17 de mayo de 2016

Partida


Barachiel VII


  La visita de Azael trajo incertidumbre a nuestros corazones: la idea de ángeles andando por el mundo y enfrentándose a las inclemencias de éste me preocupaba, pero sabía que estando juntos serían capaces de superarlo.

  Lo que sí me había quedado en la mente fue su expresión de asco ante mi respuesta.

  Yo jamás serviría a nadie que no fuera el Padre, por lo que su oferta, expuesta de forma soberbia, no me interesó en lo absoluto. Sin embargo, que tratara de juzgarnos sin conocer de propia mano lo que significa amar a alguien… Eso, definitivamente, no podía perdonárselo.

  Unas mañanas después, al hacer nuestro recorrido común en el Jardín, nos encontramos con un pequeño que no parecía temernos, y que, incluso, apreció nuestra presencia, jugando a nuestro alrededor. Por primera vez, sentí que lo que crecía en mi pecho no era un sentimiento: era un deseo… ¿Un deseo de qué? No estoy del todo segura, pero era algo parecido, aunque al mismo tiempo distinto, a lo que sentía con mi compañero.

  Era como una especie de anhelo, y al mismo tiempo, como una llama ardiente,  algo que hacía a mi estómago estrujarse, pero crecer a mi pecho, con un latido vibrante y esperanzador de algún modo; como el sentimiento que nacía en mi pecho al ver brotar las flores, del suelo, ante mis deseos, ante mis órdenes y voluntad.

  Cuando la noticia de la traición de los demonios a la facción de Akibel llegó a nuestros oídos, fue como sentir que mi preocupación se materializaba: mi escape con Satanael, y mi posterior unión con él, había causado ese desenlace; yo era la culpable de todo el dolor que esos pobres ángeles estaban siendo obligados a sufrir. A pesar de que mi demonio trataba de consolarme, yo no era capaz de sentir tranquilidad tan fácilmente.

  Encontrar al pequeño Azaroth en esa condición provocó en mí sentimientos innombrables en ese momento; una mezcla desgarradora de preocupación, miedo, temor y… y… y rabia.

  ¿Quién había sido capaz de hacerle eso a una criatura tan indefensa? ¿Por qué?

  Mi actuar ante aquellas aves fue impetuoso y no planeado, la expresión de dolor, tan marcada, en el joven rostro, estuvo a punto de hacerme llorar. ¿Cuántos horrores tuvo que soportar ese pequeño ser?

  Y aunque no pude dormir hasta pasadas tres noches de su llegada, hasta que el niño dejó de tener pesadillas cada vez que cerraba sus ojos, sabía que sentía seguridad entre nuestros brazos, en nuestro pequeño y humilde hogar.

  La morada que creamos Satanael y yo lo hicimos al lado de la cascada, que sonaba y nos arrullaba por las noches, que nos permitía ver la luna en su cristalino espejo y, a mí en lo particular, conocer el tacto del agua, y sentir su frescura al beberla. 

  Lo bañamos en el pequeño lago, entre el demonio y yo, puesto que al ser fría el agua, Azaroth siempre se mostraba renuente a entrar a ella; lo vestimos con telas que conseguimos en los pueblos. Satanael le consiguió carne para que se alimentara, junto a pequeñas plantas verdes comestibles que yo hice crecer para él, a pesar de que comiera poco y de forma lenta, mostrándonos, una vez más, la indecisión de su naturaleza: ¿Necesitaba alimento, como mi acompañante, o era capaz de prescindir de él, como yo? Que fuera pausado su ritual de alimentación me permitía observar que el pequeño sentía la necesidad de comer, pero que, al mismo tiempo, se mostraba apático a hacerlo.

  Azaroth parecía disfrutar de mi canto, y de los cariños, torpes e inseguros, que mi demonio le daba en la cabeza mientras me escuchaba, puesto que se quedaba dormido poco tiempo después, sin emitir ninguno de los gritos que los primeros días caracterizaban sus sueños, para que al despertar nos sonriera ampliamente, puesto que, al parecer, no sabía hablar.

  Lo único que me inquietaba eran sus alas, y su aparentemente rápido crecimiento: Dejaría de necesitarnos en cualquier momento, incluso antes de que fuéramos capaces nosotros de dejar de necesitarlo a él.

  Con sus contrastantes alas, apenas podía levantarse del suelo para volar, y sólo tenía un par, por lo que hasta cierto punto estaba preocupada, después de todo, los ángeles de clase alta tienen más pares, mientras que los de baja, solo uno, pero… ¿Él sería capaz de desarrollar más, después de crecer? ¿Se quedaría sólo con ese único par?

  Azaroth era un enigma para Satanael y para mí, puesto que no se comportaba ni como un demonio ni como un ángel en su totalidad; ¿de qué podría llegar a ser capaz?

  Sin embargo, que no supiéramos los límites de su poder no significaba que le temiéramos, porque, detrás del miedo aun presente en sus pequeños ojos, cuando Satanael lo levantaba del suelo en sus brazos, o cuando yo envolvía una de sus manitas con una de las mías, podía ver alegría en su expresión, y a veces imitaba las palabras con las que Satanael nos comunicábamos.

  Cuando ya tenía cerca de un mes con nosotros, y estaba llegando a la mitad de su crecimiento, Azael vino a visitarnos de nuevo, aún con su expresión de asco y la mirada altanera. Antes que pudiera volver a ofrecerme trabajar para Uriel, reparó en el ser que estaba comenzando a llegar a la estatura con la que yo me representaba, en su delicado cuerpo, finas expresiones y permanente silencio.

  Y cuando pensé que saldría huyendo de ahí, gritándonos que éramos despreciables, se acercó a el néfilim y le acarició el  rostro, sobresaltándonos a mi demonio y a mí, provocando que Satanael estuviera a segundos de atacarle sin dudar. Para nuestra total sorpresa, Azael jamás le atacó, al contrario, trató de acercarse a más, aunque pudo notar nuestra alerta e incomodidad, que causó que huyera sin cuidado.

  Satanael y yo nos miramos en silencio, y supimos que algo dentro del ángel y de Azaroth había despertado, puesto que la expresión de éste último era de fascinación.

  Ese fue el inicio de una época de constantes visitas, por parte de Azael, sólo para sentarse junto a Azaroth y hablar con él, aunque realmente era el ángel quien hablaba, y el néfilim ya comenzaba a hablar y formar oraciones, imitando las palabras que había aprendido de nosotros y de sus charlas.

  Con el tiempo, Azaroth terminó de crecer, sin desarrollar más pares de alas, con su negro cabello más largo y sus manos delgadas con dedos finos. Satanael le había enseñado a pelear, un poco, en ese tiempo, y era capaz de moverse con agilidad, mas no de golpear con fuerza.

  Un día, Azael llegó con un bulto pequeño, que parecía tener enceres en su interior. Al verlo, Azaroth tomó su ropa y algunas pertenencias para guardarlas en dicho paquete, sin siquiera mirarnos, con la cabeza gacha, mientras el ángel observaba fijamente hacia otro lado. Sentí que mi corazón se derrumbaba, y debí mirar hacia arriba para contener las lágrimas. El ser al que Satanael y yo habíamos cuidado con todo lo que teníamos, estaba marchándose sin decir adiós.

  Mi demonio se puso frente a él y lo enfrentó con furia:

-¿¡Cómo eres capaz de irte, sin mirar atrás, sin pensar en nosotros, cuando te hemos dado todo lo que estaba a nuestro alcance!?

  Cuando Azaroth levantó la mirada, vi el río salado que corría por sus mejillas, y cómo se mordía el labio, con fuerza, mientras la sangre brotaba de él. A nuestro hijo también le dolía partir.

  Corrí hasta el más joven de todos, y lo abracé con toda la fuerza que era capaz de reunir. Él me envolvió también, y escuché cómo me pedía perdón por irse. Vi de reojo a Satanael cerrando sus manos en puños, y, aunque sólo me di cuenta más tarde, sentí su llanto bajar silenciosamente por su mandíbula.

  Me giré para ver a mi pareja, y le hice saber con la mirada que deseaba que se uniera a nuestra despedida. Azaroth y yo nos separamos para hacerle espacio a Satanael, que se unió formando un círculo pequeño, con los brazos de cada uno cruzando por la espalda de los otros. Juntamos nuestras frentes, y nos mantuvimos en silencio por un tiempo. Finalmente, volvimos a separarnos y yo tuve una idea.

  Anduve hasta nuestro árbol, de doradas manzanas, y arranqué una, con el fin de entregársela a Azaroth, quien la aceptó y guardó dentro del bulto que compartía con Azael, quien había observado, en completo silencio nuestro abrazo.

  Fui hasta el ángel, y le envolví con mis brazos por sorpresa. Le susurré que tuviera cuidado y que fuera fuerte, pero que también, fuera capaz de ser feliz con el que, en poco tiempo y de forma inesperada, se había vuelto un hijo para Satanael y para mí. Azael asintió en silencio y me miró determinadamente. Por fin, había madurado, aunque fuese un poco.


  Mientras el astro rey se ocultaba del cielo, y la luna comenzaba a salir, que ambos cuerpos celestes eran perfectamente visibles en el firmamento, Azael y Azaroth, tomados de la mano, se fueron del Edén, hacia un lugar que yo desconocía, pero que formaría una civilización con profundo respeto y veneración hacia la muerte, y a su regente, Anubis.


domingo, 1 de mayo de 2016

La Rebelión y un Nuevo Deseo


Satanael VII


Esa noche fue muy larga y pacífica, todo habría acabado perfecto de no ser por los gritos de un pequeño ángel a la mañana siguiente.

Era Azael, un pequeño querubín a las órdenes del Arcángel Uriel, según sus palabras, mi visita al paraíso había causado revuelo, y había llegado a oídos de cada ser iluminado conocido.

De ese breve paseo, habían pasado ya dos semanas en el Jardín, lo que en el paraíso solo eran un par de días; me había vuelto aún más famoso.

El pequeño querubín nos plantó cara a Barachiel y a mí, gritando y vociferando desesperado, al parecer no me temía, aunque seguía con la mirada cada movimiento que yo hacía.

Según sus palabras en el paraíso mi visita fue llamada "La Segunda Caída del Dragón" algo que solo hacía referencia a mi padre siendo vencido por el Arcángel Michael, esto hizo que se me removieran las entrañas, ¿cómo era posible que me compararan con él?... con ese ser que había perdido la cordura ya tantos años atrás.

También nos mencionó que algunos ángeles querían huir del paraíso, para ver el mundo y conocerlo por completo, querían saber más allá de las cosas que los altos cargos mencionaban. Ella decía que Uriel bajaría con una tropa y que ellos se separarían en facciones para recorrer todos los confines del mundo mortal… cosa que a mí realmente me daba igual, yo solo quería quedarme al lado de Barachiel.

Cuando al fin pudo calmarse miró a Barachiel y le pregunto:

– ¿Y tú? ¿Qué piensas hacer? ¿Te vas a quedar con el hasta que los demás te encuentren? mejor escapa con todos nosotros, únete a una de nuestras facciones y sirve de algo a nuestro maestro Uriel–.

A lo que Barachiel respondió muy seria y con tono de seguridad:

–Yo no quiero huir. No tengo por qué hacerlo. Éste es mi hogar, mi lugar: al lado de Satanael–.

Al oírla, mi corazón sintió gozo, algo tan increíble que no hay palabras para describirlo, creo que ese sentimiento podía notarse en mi rostro, ya que el pequeño ángel me miro con lo que, pienso, fue repulsión. Luego de eso abrió sus alas de par en par y desapareció en el firmamento, yo me limité a tomar la mano de Barachiel, estrechándola y entrelazando mis dedos con los de ella.

A los pocos días, nos enteramos que la huida había sido un "éxito", que ya una gran parte de los ángeles que habían escapado se encontraban en diferentes partes del mundo mortal; esto hacia que Barachiel y yo nos sintiéramos recelosos de todo a nuestro alrededor, nuestra vida juntos en el Jardín era pacífica, no afectábamos al ecosistema ni le hacíamos daño a los animales, solo paseábamos por él y veíamos jugar a las pequeñas crías de los seres humanos.

Un día, un pequeño se dio cuenta de nuestra presencia acercándose lentamente, Barachiel se arrodillo frente a él y éste, acaricio su rostro con delicadeza; yo solo me quedé mirando atrás de ella, pensando que era lo mejor que podía hacer para no espantar al pequeño niño.

Barachiel, en un acto de ternura, hizo que las flores a nuestro alrededor florecieran y se tornaran de varios colores diferentes, el niño en su fascinación corrió y dio vueltas por el prado recién florecido, saltando y riendo con alegría. El rostro de Barachiel mostraba aún más sentimientos que antes: noté ternura, felicidad y un deseo en sus ojos. Me miró fijamente y tomó una de mis manos apretándola lo más fuerte que podía lograr, yo solo pude sonreírle.

Las semanas pasaban y las noticias sobre los ángeles caídos se hacían más recurrentes, algunas decían que una las facciones había hecho una "alianza" con ciertos demonios, para llevar conocimiento a los seres humanos, que, a decir verdad, no había terminado nada bien, ya que habían sido traicionados por los demonios.

Muchos cayeron a manos de ambos bandos, solo unos pocos lograron huir y salvaguardar sus efímeras existencias, por esto, me refiero a que siendo los ángeles seres inmortales, los demonios saben cómo hacerlos sufrir, esa es su tarea primordial; un ejemplo de esto es que, al percatarse que al cortarle las alas a un ángel y quemar su espalda, lo limitas a ser un ser "terrenal", ésto, sin embargo, no quiere decir que se hagan mortales de la noche a la mañana, sino, que los hace más débiles, más físicos, no tan etéreos.

También, los hace más sensitivos al dolor y la tortura, la segunda mejor cosa que se les da a los demonios de bajo rango.

Barachiel, al enterarse de esto, solo pudo llorar y sentirse culpable por haber desencadenado todo eso, yo solo pude abrazarle hasta que, por fin, pudo conciliar el sueño.

La mañana se hizo presente más pronto de lo que esperaba, el astro Sol iluminaba todo el paraje y hacia que nuestro árbol de frutos dorados brillara resplandeciente; para solo tener unas cuantas semanas de existencia, ya había alcanzado un tamaño considerable.

Barachiel y yo nos dispusimos a caminar por la orilla del lago, como era nuestra costumbre, así podíamos visitar las aldeas y ver a los animales juguetear por el lugar. Algo llamó de pronto nuestra atención: unos cuantos pájaros de carroña, que sobrevolaban unos arbustos que estaban cerca de unos pilares antiguos, otro de los templos que los humanos habían construido ya tiempo atrás, nos acercamos con cuidado y lo que nos encontramos a los pies de ese lugar nos sorprendió de sobremanera.

Muy mal herido, con sangre reseca, rastros de tierra y un poco de alquitrán, yacía un pequeño ser de forma humanoide, tan pequeño y frágil que pensé que ya estaba muerto. Barachiel corrió y espantó a los pájaros gritando y lanzándoles todas las piedras que pudo encontrar a sus pies, se arrodilló a su lado y lo tomó en sus brazos, corroborando que el pequeño y delicado ser aún tenía un rastro de vida en sus ojos.

Lo tomé en mis brazos y corrimos a nuestro lugar, una pequeña morada, que habíamos construido juntos, le recostamos en nuestro lecho y Barachiel atendió lo mejor que pudo sus heridas, estabilizando al pequeño en su gravedad: esa noche fue muy larga y extenuante.

Al siguiente día pudimos ver que el pequeño tenia cicatrices de tortura en su piel, y en la base de su nuca una marca que decía: "Azaroth". Ese nombre retumbó en mi mente, ese pequeño era el hijo de Aztaroth y Akibel, uno de los duques del inframundo y una de las ángeles bajo las órdenes de Azazel después de su caída.

Un pequeño infante nacido de una unión prohibida, ya que su madre había sido violada y torturada en lo más profundo del infierno por los demonios que traicionaron la confianza de los ángeles que se habían rebelado.

El pequeño era diferente a todo lo que había visto, crecía mas rápido de lo normal, pero no era como los demás demonios: era más delicado tal cual como un ángel, pero cuando se presentaban sus alas eran distintas, una de un color tan blanco y puro como la luz de la mañana y la otra tan o más obscura que una noche sin luna.


No sabíamos que nos iba a deparar el destino, lo único que sabía es que Barachiel se veía feliz de poder tener al pequeño a nuestro lado.


Regreso a las andadas.



Después de un pequeño descanso y recopilación de información, volvemos con ustedes, nuestros queridos lectores, muchas gracias por su espera y deseamos que esta nueva temporada les agrade igual que la anterior.

Este es un pequeño mensaje de los autores de esta larga historia.

Saludos.




jueves, 14 de abril de 2016

Y el Tiempo se detuvo.


Barachiel VI


  Cuando llegué a donde oí a Satanael, lo encontré rodeado de armas destrozadas y ángeles heridos, incluido el propio Michael. Corrí hasta el demonio sin importarme nada, solo para verlo bastante herido; él me miró como si no me hubiera visto en siglos y me abrazó con fuerza, sin embargo, oí cómo Michael se retorcía y gemía con furia.

  Me aparté lo más rápido que pude, y tomé su mano, solo para salir corriendo del paraíso, arrastrándolo conmigo. No quería que la situación ahí empeorara, sobre todo porque sabía que una vez que hacían enojar al más iracundo de los ángeles, eso no terminaría ni pronto, ni pacíficamente. Temí que nos siguieran por el jardín, que lo hirieran más de lo que ya estaba, que nos capturaran a ambos por huir o que

  Corrí por el Edén, con él siguiéndome como podía por las heridas, hasta llegar a nuestro espacio, bastante cerca del lago, cuando el Sol ya comenzaba a ponerse, alargando las sombras que se proyectaban a nuestros pies. Me giré a verlo por primera vez y lo vi temblando, sujetándose en sus rodillas; levantó su rostro, y volvió a tener la misma mirada que antes de huir del paraíso, se acercó a mí, me rodeó con sus brazos aún más fuerte que la vez anterior y escuché sollozos, amortiguados, principalmente, por sus propios labios en un intento por no derrumbarse.

  Sabía reconocerlos debido a que había oído a humanos llorando antes: mujeres después de que sus parejas cerraban sus ojos eternamente, niños que veían su objeto favorito roto, hombres que perdían a sus padres, millones de situaciones distintas; pero jamás había visto llorar a Satanael.

  Acaricié su espalda y sentí una gota, pequeña y frágil, caer de mi ojo izquierdo, aferrándome a él. Poco después, me susurró:

– “NuncaNunca más vuelvas a irte así…

  Entonces, recordé por qué fui al paraíso en primer lugar, escuché la voz de Metatrón en mi mente  ni tú… ni él pueden sentirlo”, pero la aparté. Él tampoco tenía idea de lo que estaba hablando. No podía tenerla. En ese momento entendí que, por mucho conocimiento que tengas, hay cosas que debes aprender por experiencia, como yo misma estaba haciendo en ese momento.

–“Satanael, ¿tú sabes lo que es amar?”

  Me miró confuso por unos momentos, sin decir nada, sólo para comenzar a enrojecerse unos instantes después, tartamudeó un poco y luego, tomándome de los hombros, preguntó:

–“¿P-Por qué lo dices, Barachiel?”

  Respondí sin apartar la mirada, completamente segura de lo que estaba por decir.

“Porque yo te amo, Satanael. Sin importar que los demás digan que no puedo hacerlo, o que no debo.”

  El desconcierto de Satanael creció, sus ojos se abrieron todo lo que sus párpados les permitieron, sus hombros cayeron, y el tono rojizo de su rostro se intensificó. Acorté la distancia entre nosotros, y junté mis labios con los suyos mientras la luz del día terminaba de desaparecer del cielo.

  Para cuando salió la luna, nuestras manos ya se habían tomado.

  Cuando las estrellas comenzaron a bailar por el cielo, formando siluetas brillantes en el oscuro firmamento, nuestros dedos se habían entrelazado, nos habíamos acercado más aún.

  El viento sopló, tierno, acariciando la fina hierba del suelo y las tímidas flores que empezaban a brotar a nuestros pies, pequeñas, de colores cálidos.

  La luz plateada se reflejó en la superficie cristalina del lago, mientras Satanael acariciaba mi rostro con delicadeza, como si temiera que fuera a romperme o desaparecer.

  Me aparté con suavidad, buscando sus ojos, y los encontré. Eran todavía más oscuros en la noche, pero podía ver amor en ellos, como también podía visualizar una sonrisa ligera en las comisuras de sus labios y un rubor apenas perceptible en sus mejillas.

  Se inclinó con lentitud hacia el suelo, y tomó una de los pequeños botones a nuestros pies, uno de un amarillo pastel, lo acomodó en mi cabello, haciéndome enrojecer. Unió una de sus manos con una de las mías, y me guió hasta uno de los árboles más frondosos. Tenía un tronco muy grueso, que era capaz de cubrir su ancha espalda.

  Me di cuenta de que ya estaba terminando de sanar; lo cual no me sorprendió, puesto que él mismo me había explicado que tenía la capacidad de curarse a una gran velocidad. Toqué su rostro con mi mano libre, muy suavemente, y le sonreí, a lo que él me sonrió de vuelta.

  Se quitó la armadura de la cintura para arriba, lo cual no me incomodó, no supe entender por qué, sentándose en el pasto, recargando su espalda en la madera. Me indicó que me sentara en el espacio vacío entre sus piernas, y lo hice. Me rodeó con sus brazos y me incliné hasta que mi espalda tocó su torso, mis hombros, los suyos, y mi coronilla, su mentón.

  Conocí, en ese momento, qué es lo que los humanos llaman felicidad al lado de Satanael. En ese cómodo silencio, roto por el silbido del viento entre las hojas de los árboles, él correspondió mi confesión en un susurro a mi oído. Besó la base de mi cuello y me hizo estremecer, por lo que me giré, preguntándome qué significaría eso. Con mayor rapidez, me tomó de la cintura, que habíamos contorneado cuando buscaba mi apariencia ideal, y me sentó sobre sus caderas. Lo abracé, confundida, y me sonrió.

“Quería estar más cerca de ti, Barachiel.”

  Junté nuestras frentes y le sonreí muy amplio, él solamente volvió a besarme, esta vez sin detenerse, en ningún momento, me abrazó aún más fuerte, y el tiempo, por primera vez, se detuvo.

  Se mantuvo detenido para nosotros, por mucho, demasiado, sin embargo, la noche siguió avanzando.

  Cuando volvió a correr, como el agua al caer de la cascada cercana, algo dentro de ambos había cambiado, para siempre.

  A solo un metro de nosotros, por sobre nuestras cabezas, un pequeño brote crecía rápidamente en el fértil suelo ante la luz de la luna, con hojas de un verde profundo, y la madera más resistente de todo el Edén; el primer y único árbol de su especie.

  Cuando salió el astro Rey, y la luna terminaba de esconderse, de las ramas del nuevo integrante del jardín, unas tiernas manzanas pendían.


  Brillantes y resplandecientes manzanas doradas.


lunes, 11 de abril de 2016

En su busqueda


Satanael VI


Ésa había sido la noche más larga y placentera que pasé en el Edén, estar con ella así, con nuestras manos entrelazadas mirando al firmamento, en esa noche llena de estrellas.

No me di cuenta cuando me dormí, solo sé que esa noche soñé con su rostro, con sus labios y su voz susurrando en mi oído.

A la mañana siguiente, mejor dicho, al medio día, desperté con una sensación extraña. Apreté mi mano y no sentí la suya, me levante rápido y no la encontré a mi lado. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? no sentía su presencia en el Edén, ni siquiera en el mundo mortal.

Desesperado busqué por todo el jardín, esperando estar equivocado, en los pueblos aledaños, en los montes cercanos a las nubes, en los bosques más oscuros... hasta en el Inframundo.

Sí, tal vez estaba loco, por el hecho de buscarla en el peor lugar posible, pero la noche anterior Lilith nos había visto, y eso no podía ser nada bueno para nuestra relación.

Ella era el ser más peligroso en el infierno, no era tan poderosa como mi padre o mis hermanos, pero sabía cómo manipular a otros y eso a mi parecer es lo más peligroso que puedes hacer: tener el poder de imbuir tus pensamientos, o tus actos en otros para que estos hagan lo que tú quieras, es repugnante.

Pasaron algunos días, algunas noches, y mi humor no era del todo bueno; necesitaba verle, necesitaba tenerla cerca. Bajé a lo profundo del Inframundo, donde esa maldita se escondía, le busqué en el palacio, en las habitaciones, recorrí toda nuestra morada... y la encontré en el borde del rió Lethæus, o Lete para los antiguos, este era el rio del olvido, en el cual se bañaban las almas antes de reencarnar a sus nuevas vidas.

Le miré desde lejos, ella estaba sentada a un costado, sobre una gran roca mirando como las almas eran arrojadas al río por los sirvientes de mi padre. Me acerqué lentamente, sentía una extraña necesidad por tomarla del cuello y apretar hasta quebrarlo, pero me contuve, si llegaba a hacer algo como eso, mi padre de seguro haría algo mucho peor conmigo.

Seguí caminado hasta estar solo a pasos de ella, y de pronto oí su voz.

-"¿Qué haces aquí mi pequeño muñeco?, te veías tan feliz con esa escoria… ¿O es que ya te decidiste a ser completamente mio y a darte un baño en el Lethæus para olvidarle?"

Al escuchar su tono meloso, pero burlesco, sentí cómo esas ganas de arrancarle la cabeza crecían en mi pecho...

-"¿¡Dónde está!? ¿¡Tú te la llevaste!? ¡¡De seguro la tienes aquí en contra de su voluntad!!

-"Pero ¿qué dices pequeño? yo no le he hecho nada a esa linda escoria"

No soporte más y le tomé por los hombros, no sé qué tipo de expresión tenía, porque su rostro cambió del sarcasmo al terror absoluto.

-"Dime dónde está, ¡ahora!, o no me contendré más y te despedazare aquí, frente al río del olvido y te arrojare a él. ¡¡¡Nadie más sabrá de ti!!!

Entre gritos y sollozos dijo:

-"¡No sé nada! ¡No le he visto! Yo... ¡No sé nada de ella!!!"

Le dejé caer, me di la vuelta y salí de la vista de todos los presentes, lo más rápido que pude, no quería estar cerca de ese lugar nunca más.

¿Qué otro lugar quedaba? ya había revisado todos los lugares posibles, todos los escondrijos que se me habían ocurrido, ¿dónde podría estar Barachiel? ¿Le habrían llevado en contra de su voluntad?

Ya agotado y ofuscado, me senté bajo el triste árbol que me cobijo mis primeros días en el Jardín, vi el lago, sentí la brisa, el calor del sol, el césped húmedo a mis pies... Pero nada de eso era igual sin ella. Vi, de pronto, a unas aves volando a la distancia, surcando las nubes y acercándose al Sol...

El Sol…

El Cielo.

¡El Paraíso!

Ése era el lugar que menos pensaba visitar a lo largo de mi vida, pero si ella estaba ahí, tenía que rescatarla. Me las arreglé para seguir a un par de ángeles que estaban de paso por el Edén, vi cómo entraban por un portal y desaparecían en una luz muy fuerte.

Sin siquiera pensarlo, me acerqué y adentré en esa luz, esperando poder ver su rostro una vez más.

Cuando la luz se disipó, logré divisar un paraje como ningún otro había visto, las nubes estaban tan cerca del suelo que podías alcanzarlas con solo levantar tus brazos, había mucha luz, pero no logré ver un sol como tal, vi muchos seres luminosos a lo lejos caminando y elevándose para recostarse en aquellas nubes.

Caminé lento, con cautela, no había sombras donde poder ocultarme, entonces fue cuando sentí un dolor muy punzante en la boca del estómago. Una lanza me había atravesado.

-"¿Qué... mierda es ésta?"

Mi visión se hacía difusa, nebulosa, cerré mis ojos por el dolor, pero sólo pude ver su rostro en mi mente.

Apreté mis puños, no era tiempo aun, no podía parar en ese momento, solo unos pasos más y la encontraría, levanté la vista y lo vi; solo había escuchado historias de él, solo leyendas de como mi padre y el luchaban en contra de dragones, bestias sagradas, antiguas como el tiempo mismo, los cuales vivían en el paraíso y que le hacían la vida imposible a los seres inferiores.

Su rostro era severo, sus ojos como dos fogones llameantes: Michael, el Arcángel de la guerra, comandante de los ejércitos celestiales.

-"Basura como tú no debería estar en un lugar tan sagrado como este, ¡¡no tienes derecho escoria!! ¡Vete al infierno con tu padre, El Caído! ¡Ese maldito ladrón!"

-"¿Ladrón? ¿Por qué lo llamas así? ¿Qué fue lo que te robo para que lo llames de esa forma?"

A esas alturas mi visión estaba mejorando, podía distinguir las cosas a mi alrededor, a los seres que me apuntaban con lanzas a diestra y siniestra.

-"Cuando fue desterrado, tu padre y yo tuvimos una lucha, una tan épica, que todos en el universo pudieron ver como caía en una bola de fuego, antes de que eso sucediera, ese maldito robo mi espada sagrada, "Deimos", ¡la gran espada del terror!"

-"¿Te refieres a ésta?... ¡¡Deimos!!"

La gran Espada del Terror, la cual había conseguido de manos de mi padre la noche en que me volví un "adulto", me la había entregado para llevar miedo y desesperación a los seres que le desterraron a su actual morada.

Esta arma tenía algo muy particular, tomaba la forma de un anillo de plata envejecida cuando no era utilizada, y tenías que decir su nombre en alto para que se convirtiera en una gran espada a dos manos.

Sostuve la espada con mi mano derecha, y con la izquierda retiré la lanza de Michael arrojándola al piso, el contacto con ella hacía que mi piel ardiera y sintiera cómo se quemaba rápidamente: era de Oro Sagrado, un material tabú para los demonios.

Me levanté como pude, y blandí mi espada en contra de los seres a mi alrededor, arrasando con varios de ellos a mi paso; solo se podían distinguir sus ropajes y armas destrozadas llenas de icor dorado, la sangre de los seres inmortales. Les partía por la mitad, los despedazaba a mi paso; me había convertido en lo que mi padre deseaba: El Veneno de los Dioses.

Le planté cara a Michael, me acerqué lo más rápido que pude, arrasando con todo a mi paso. Cuando por fin lo tuve frente a mí, su rostro se había deformado por la ira, levantó sus manos y una lanza dorada atravesó mi pecho, justo donde se encontraba mi corazón, eso me detuvo por completo.

-"Escoria como tú no merece estar cerca de la pureza, no merece estar cerca de la creación del Dios Padre"

Mi cuerpo se sentía pesado, tenso, y mi pecho se quemaba por el efecto del Oro Sagrado. ¿Había llegado tan lejos para esto? ¿Había cruzado los mundos solo para caer en manos de este tipo? No. ¡NO!

Y grité con todas mis fuerzas su nombre, el nombre de mi ángel, tomé la espada y con todas mis fuerzas atravesé y despedacé a Michael arrojando sus mitades en ambas direcciones. Su icor cayó en mis heridas y sentí un leve alivio momentáneo; las miradas de terror y pánico se centraron en mí, a mi alrededor no había más que seres de luz observando la matanza que había dejado por mi arranque de furia.

La mitad superior de Michael me miraba con una expresión de desconcierto y miedo; por un momento había superado y con creces a mi padre, "La leyenda", "El Caído".

Luego, a la distancia, logré ver algo que me resultaba familiar, algo maravilloso: su rostro, mi ángel, mi Barachiel.