domingo, 1 de mayo de 2016

La Rebelión y un Nuevo Deseo


Satanael VII


Esa noche fue muy larga y pacífica, todo habría acabado perfecto de no ser por los gritos de un pequeño ángel a la mañana siguiente.

Era Azael, un pequeño querubín a las órdenes del Arcángel Uriel, según sus palabras, mi visita al paraíso había causado revuelo, y había llegado a oídos de cada ser iluminado conocido.

De ese breve paseo, habían pasado ya dos semanas en el Jardín, lo que en el paraíso solo eran un par de días; me había vuelto aún más famoso.

El pequeño querubín nos plantó cara a Barachiel y a mí, gritando y vociferando desesperado, al parecer no me temía, aunque seguía con la mirada cada movimiento que yo hacía.

Según sus palabras en el paraíso mi visita fue llamada "La Segunda Caída del Dragón" algo que solo hacía referencia a mi padre siendo vencido por el Arcángel Michael, esto hizo que se me removieran las entrañas, ¿cómo era posible que me compararan con él?... con ese ser que había perdido la cordura ya tantos años atrás.

También nos mencionó que algunos ángeles querían huir del paraíso, para ver el mundo y conocerlo por completo, querían saber más allá de las cosas que los altos cargos mencionaban. Ella decía que Uriel bajaría con una tropa y que ellos se separarían en facciones para recorrer todos los confines del mundo mortal… cosa que a mí realmente me daba igual, yo solo quería quedarme al lado de Barachiel.

Cuando al fin pudo calmarse miró a Barachiel y le pregunto:

– ¿Y tú? ¿Qué piensas hacer? ¿Te vas a quedar con el hasta que los demás te encuentren? mejor escapa con todos nosotros, únete a una de nuestras facciones y sirve de algo a nuestro maestro Uriel–.

A lo que Barachiel respondió muy seria y con tono de seguridad:

–Yo no quiero huir. No tengo por qué hacerlo. Éste es mi hogar, mi lugar: al lado de Satanael–.

Al oírla, mi corazón sintió gozo, algo tan increíble que no hay palabras para describirlo, creo que ese sentimiento podía notarse en mi rostro, ya que el pequeño ángel me miro con lo que, pienso, fue repulsión. Luego de eso abrió sus alas de par en par y desapareció en el firmamento, yo me limité a tomar la mano de Barachiel, estrechándola y entrelazando mis dedos con los de ella.

A los pocos días, nos enteramos que la huida había sido un "éxito", que ya una gran parte de los ángeles que habían escapado se encontraban en diferentes partes del mundo mortal; esto hacia que Barachiel y yo nos sintiéramos recelosos de todo a nuestro alrededor, nuestra vida juntos en el Jardín era pacífica, no afectábamos al ecosistema ni le hacíamos daño a los animales, solo paseábamos por él y veíamos jugar a las pequeñas crías de los seres humanos.

Un día, un pequeño se dio cuenta de nuestra presencia acercándose lentamente, Barachiel se arrodillo frente a él y éste, acaricio su rostro con delicadeza; yo solo me quedé mirando atrás de ella, pensando que era lo mejor que podía hacer para no espantar al pequeño niño.

Barachiel, en un acto de ternura, hizo que las flores a nuestro alrededor florecieran y se tornaran de varios colores diferentes, el niño en su fascinación corrió y dio vueltas por el prado recién florecido, saltando y riendo con alegría. El rostro de Barachiel mostraba aún más sentimientos que antes: noté ternura, felicidad y un deseo en sus ojos. Me miró fijamente y tomó una de mis manos apretándola lo más fuerte que podía lograr, yo solo pude sonreírle.

Las semanas pasaban y las noticias sobre los ángeles caídos se hacían más recurrentes, algunas decían que una las facciones había hecho una "alianza" con ciertos demonios, para llevar conocimiento a los seres humanos, que, a decir verdad, no había terminado nada bien, ya que habían sido traicionados por los demonios.

Muchos cayeron a manos de ambos bandos, solo unos pocos lograron huir y salvaguardar sus efímeras existencias, por esto, me refiero a que siendo los ángeles seres inmortales, los demonios saben cómo hacerlos sufrir, esa es su tarea primordial; un ejemplo de esto es que, al percatarse que al cortarle las alas a un ángel y quemar su espalda, lo limitas a ser un ser "terrenal", ésto, sin embargo, no quiere decir que se hagan mortales de la noche a la mañana, sino, que los hace más débiles, más físicos, no tan etéreos.

También, los hace más sensitivos al dolor y la tortura, la segunda mejor cosa que se les da a los demonios de bajo rango.

Barachiel, al enterarse de esto, solo pudo llorar y sentirse culpable por haber desencadenado todo eso, yo solo pude abrazarle hasta que, por fin, pudo conciliar el sueño.

La mañana se hizo presente más pronto de lo que esperaba, el astro Sol iluminaba todo el paraje y hacia que nuestro árbol de frutos dorados brillara resplandeciente; para solo tener unas cuantas semanas de existencia, ya había alcanzado un tamaño considerable.

Barachiel y yo nos dispusimos a caminar por la orilla del lago, como era nuestra costumbre, así podíamos visitar las aldeas y ver a los animales juguetear por el lugar. Algo llamó de pronto nuestra atención: unos cuantos pájaros de carroña, que sobrevolaban unos arbustos que estaban cerca de unos pilares antiguos, otro de los templos que los humanos habían construido ya tiempo atrás, nos acercamos con cuidado y lo que nos encontramos a los pies de ese lugar nos sorprendió de sobremanera.

Muy mal herido, con sangre reseca, rastros de tierra y un poco de alquitrán, yacía un pequeño ser de forma humanoide, tan pequeño y frágil que pensé que ya estaba muerto. Barachiel corrió y espantó a los pájaros gritando y lanzándoles todas las piedras que pudo encontrar a sus pies, se arrodilló a su lado y lo tomó en sus brazos, corroborando que el pequeño y delicado ser aún tenía un rastro de vida en sus ojos.

Lo tomé en mis brazos y corrimos a nuestro lugar, una pequeña morada, que habíamos construido juntos, le recostamos en nuestro lecho y Barachiel atendió lo mejor que pudo sus heridas, estabilizando al pequeño en su gravedad: esa noche fue muy larga y extenuante.

Al siguiente día pudimos ver que el pequeño tenia cicatrices de tortura en su piel, y en la base de su nuca una marca que decía: "Azaroth". Ese nombre retumbó en mi mente, ese pequeño era el hijo de Aztaroth y Akibel, uno de los duques del inframundo y una de las ángeles bajo las órdenes de Azazel después de su caída.

Un pequeño infante nacido de una unión prohibida, ya que su madre había sido violada y torturada en lo más profundo del infierno por los demonios que traicionaron la confianza de los ángeles que se habían rebelado.

El pequeño era diferente a todo lo que había visto, crecía mas rápido de lo normal, pero no era como los demás demonios: era más delicado tal cual como un ángel, pero cuando se presentaban sus alas eran distintas, una de un color tan blanco y puro como la luz de la mañana y la otra tan o más obscura que una noche sin luna.


No sabíamos que nos iba a deparar el destino, lo único que sabía es que Barachiel se veía feliz de poder tener al pequeño a nuestro lado.


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