Barachiel VII
La visita de Azael
trajo incertidumbre a nuestros corazones: la idea de ángeles andando por el
mundo y enfrentándose a las inclemencias de éste me preocupaba, pero sabía que
estando juntos serían capaces de superarlo.
Lo que sí me había
quedado en la mente fue su expresión de asco ante mi respuesta.
Yo jamás serviría a
nadie que no fuera el Padre, por lo que su oferta, expuesta de forma soberbia,
no me interesó en lo absoluto. Sin embargo, que tratara de juzgarnos sin
conocer de propia mano lo que significa amar a alguien… Eso, definitivamente,
no podía perdonárselo.
Unas mañanas
después, al hacer nuestro recorrido común en el Jardín, nos encontramos con un
pequeño que no parecía temernos, y que, incluso, apreció nuestra presencia, jugando
a nuestro alrededor. Por primera vez, sentí que lo que crecía en mi pecho no
era un sentimiento: era un deseo… ¿Un deseo de qué? No estoy del todo segura,
pero era algo parecido, aunque al mismo tiempo distinto, a lo que sentía con mi
compañero.
Era como una especie
de anhelo, y al mismo tiempo, como una llama ardiente, algo que hacía a mi estómago estrujarse, pero
crecer a mi pecho, con un latido vibrante y esperanzador de algún modo; como el
sentimiento que nacía en mi pecho al ver brotar las flores, del suelo, ante mis
deseos, ante mis órdenes y voluntad.
Cuando la noticia de
la traición de los demonios a la facción de Akibel llegó a nuestros oídos, fue
como sentir que mi preocupación se materializaba: mi escape con Satanael, y mi
posterior unión con él, había causado ese desenlace; yo era la culpable de todo
el dolor que esos pobres ángeles estaban siendo obligados a sufrir. A pesar de
que mi demonio trataba de consolarme, yo no era capaz de sentir tranquilidad
tan fácilmente.
Encontrar al pequeño
Azaroth en esa condición provocó en mí sentimientos innombrables en ese
momento; una mezcla desgarradora de preocupación, miedo, temor y… y… y rabia.
¿Quién había sido
capaz de hacerle eso a una criatura tan indefensa? ¿Por qué?
Mi actuar ante
aquellas aves fue impetuoso y no planeado, la expresión de dolor, tan marcada,
en el joven rostro, estuvo a punto de hacerme llorar. ¿Cuántos horrores tuvo
que soportar ese pequeño ser?
Y aunque no pude
dormir hasta pasadas tres noches de su llegada, hasta que el niño dejó de tener
pesadillas cada vez que cerraba sus ojos, sabía que sentía seguridad entre
nuestros brazos, en nuestro pequeño y humilde hogar.
La morada que
creamos Satanael y yo lo hicimos al lado de la cascada, que sonaba y nos
arrullaba por las noches, que nos permitía ver la luna en su cristalino espejo
y, a mí en lo particular, conocer el tacto del agua, y sentir su frescura al
beberla.
Lo bañamos en el
pequeño lago, entre el demonio y yo, puesto que al ser fría el agua, Azaroth
siempre se mostraba renuente a entrar a ella; lo vestimos con telas que
conseguimos en los pueblos. Satanael le consiguió carne para que se alimentara,
junto a pequeñas plantas verdes comestibles que yo hice crecer para él, a pesar
de que comiera poco y de forma lenta, mostrándonos, una vez más, la indecisión
de su naturaleza: ¿Necesitaba alimento, como mi acompañante, o era capaz de
prescindir de él, como yo? Que fuera pausado su ritual de alimentación me
permitía observar que el pequeño sentía la necesidad de comer, pero que, al
mismo tiempo, se mostraba apático a hacerlo.
Azaroth parecía
disfrutar de mi canto, y de los cariños, torpes e inseguros, que mi demonio le
daba en la cabeza mientras me escuchaba, puesto que se quedaba dormido poco
tiempo después, sin emitir ninguno de los gritos que los primeros días
caracterizaban sus sueños, para que al despertar nos sonriera ampliamente,
puesto que, al parecer, no sabía hablar.
Lo único que me
inquietaba eran sus alas, y su aparentemente rápido crecimiento: Dejaría de
necesitarnos en cualquier momento, incluso antes de que fuéramos capaces
nosotros de dejar de necesitarlo a él.
Con sus
contrastantes alas, apenas podía levantarse del suelo para volar, y sólo tenía
un par, por lo que hasta cierto punto estaba preocupada, después de todo, los
ángeles de clase alta tienen más pares, mientras que los de baja, solo uno,
pero… ¿Él sería capaz de desarrollar más, después de crecer? ¿Se quedaría sólo
con ese único par?
Azaroth era un
enigma para Satanael y para mí, puesto que no se comportaba ni como un demonio
ni como un ángel en su totalidad; ¿de qué podría llegar a ser capaz?
Sin embargo, que no
supiéramos los límites de su poder no significaba que le temiéramos, porque,
detrás del miedo aun presente en sus pequeños ojos, cuando Satanael lo
levantaba del suelo en sus brazos, o cuando yo envolvía una de sus manitas con
una de las mías, podía ver alegría en su expresión, y a veces imitaba las
palabras con las que Satanael nos comunicábamos.
Cuando ya tenía
cerca de un mes con nosotros, y estaba llegando a la mitad de su crecimiento,
Azael vino a visitarnos de nuevo, aún con su expresión de asco y la mirada
altanera. Antes que pudiera volver a ofrecerme trabajar para Uriel, reparó en
el ser que estaba comenzando a llegar a la estatura con la que yo me
representaba, en su delicado cuerpo, finas expresiones y permanente silencio.
Y cuando pensé que
saldría huyendo de ahí, gritándonos que éramos despreciables, se acercó a el
néfilim y le acarició el rostro,
sobresaltándonos a mi demonio y a mí, provocando que Satanael estuviera a
segundos de atacarle sin dudar. Para nuestra total sorpresa, Azael jamás le
atacó, al contrario, trató de acercarse a más, aunque pudo notar nuestra alerta
e incomodidad, que causó que huyera sin cuidado.
Satanael y yo nos
miramos en silencio, y supimos que algo dentro del ángel y de Azaroth había
despertado, puesto que la expresión de éste último era de fascinación.
Ese fue el inicio de
una época de constantes visitas, por parte de Azael, sólo para sentarse junto a
Azaroth y hablar con él, aunque realmente era el ángel quien hablaba, y el
néfilim ya comenzaba a hablar y formar oraciones, imitando las palabras que
había aprendido de nosotros y de sus charlas.
Con el tiempo, Azaroth
terminó de crecer, sin desarrollar más pares de alas, con su negro cabello más
largo y sus manos delgadas con dedos finos. Satanael le había enseñado a
pelear, un poco, en ese tiempo, y era capaz de moverse con agilidad, mas no de
golpear con fuerza.
Un día, Azael llegó
con un bulto pequeño, que parecía tener enceres en su interior. Al verlo,
Azaroth tomó su ropa y algunas pertenencias para guardarlas en dicho paquete,
sin siquiera mirarnos, con la cabeza gacha, mientras el ángel observaba
fijamente hacia otro lado. Sentí que mi corazón se derrumbaba, y debí mirar
hacia arriba para contener las lágrimas. El ser al que Satanael y yo habíamos
cuidado con todo lo que teníamos, estaba marchándose sin decir adiós.
Mi demonio se puso
frente a él y lo enfrentó con furia:
-¿¡Cómo eres capaz de irte, sin mirar atrás, sin pensar en
nosotros, cuando te hemos dado todo lo que estaba a nuestro alcance!?
Cuando Azaroth
levantó la mirada, vi el río salado que corría por sus mejillas, y cómo se
mordía el labio, con fuerza, mientras la sangre brotaba de él. A nuestro hijo
también le dolía partir.
Corrí hasta el más
joven de todos, y lo abracé con toda la fuerza que era capaz de reunir. Él me
envolvió también, y escuché cómo me pedía perdón por irse. Vi de reojo a
Satanael cerrando sus manos en puños, y, aunque sólo me di cuenta más tarde, sentí
su llanto bajar silenciosamente por su mandíbula.
Me giré para ver a
mi pareja, y le hice saber con la mirada que deseaba que se uniera a nuestra
despedida. Azaroth y yo nos separamos para hacerle espacio a Satanael, que se
unió formando un círculo pequeño, con los brazos de cada uno cruzando por la
espalda de los otros. Juntamos nuestras frentes, y nos mantuvimos en silencio
por un tiempo. Finalmente, volvimos a separarnos y yo tuve una idea.
Anduve hasta nuestro
árbol, de doradas manzanas, y arranqué una, con el fin de entregársela a
Azaroth, quien la aceptó y guardó dentro del bulto que compartía con Azael,
quien había observado, en completo silencio nuestro abrazo.
Fui hasta el ángel,
y le envolví con mis brazos por sorpresa. Le susurré que tuviera cuidado y que
fuera fuerte, pero que también, fuera capaz de ser feliz con el que, en poco
tiempo y de forma inesperada, se había vuelto un hijo para Satanael y para mí.
Azael asintió en silencio y me miró determinadamente. Por fin, había madurado,
aunque fuese un poco.
Mientras el astro
rey se ocultaba del cielo, y la luna comenzaba a salir, que ambos cuerpos
celestes eran perfectamente visibles en el firmamento, Azael y Azaroth, tomados
de la mano, se fueron del Edén, hacia un lugar que yo desconocía, pero que formaría
una civilización con profundo respeto y veneración hacia la muerte, y a su regente, Anubis.