martes, 26 de julio de 2016

Nuestro Cachorro


Satanael VIII


Cuando el color tenue del amanecer comenzaba a hacerse presente, el bello rostro de Barachiel estaba a mi lado, como cada mañana.

Ya habían pasado algunas lunas desde que nuestro hijo se marchó del Edén junto al ángel caído Azael, habíamos recibido unas pocas noticias de ellos desde el Mediterráneo, muy al Este de nuestra posición en aquel momento.

Habían logrado establecerse en un reino donde adoraban a la muerte y al sol, ellos eran felices juntos, como mi ángel y yo.

Los días y noches pasaban rápido en el Edén, más de lo que yo quisiera, la civilización se hacía cada vez más grande, un mayor número de humanos rodeaban nuestro hogar, instalados en sus chozas y cabañas, templos nuevos se construían cada amanecer, nuevos "Dioses" se alzaban, buscando tener mayor protagonismo que los demás, aunque sus cultos y recién formadas religiones me tenían sin cuidado.

Continuamente teníamos más rumores de Ángeles caídos y Demonios teniendo relaciones con los seres humanos, o entre ellos mismos, dando paso a criaturas nuevas, como nuestro hijo: los humanos les llamaban Nephilim, o semidioses, en otros lugares.

Cuando Barachiel se enteró de eso, se sintió triste y desolada, ya que no podía engendrar un hijo conmigo; al parecer nuestro amor no era suficiente como para que los Dioses nos dieran el honor de traer a un nuevo ser a este mundo. Eso me provocaba ira...



Un nuevo amanecer se dejó ver en el Edén, y al despertar no vi a Barachiel a mi lado, como era de costumbre, salí de nuestro lecho de un salto y corrí a buscarla por los alrededores de nuestro hogar. Al pasar unos minutos le encontré arrodillada cerca de unos arbustos con hojas marchitas y el césped a su alrededor sin vida, me percaté de que ella estaba llorando con un pequeño bulto en sus brazos.

Al acercarme y abrazarle por la espalda, ella se sorprendió, me apegué a ella lo más que pude y noté que en sus brazos, mal herido, se encontraba un pequeño cachorro de León.

Se veía pequeño y frágil, estaba desnutrido y sucio, podías darte cuenta a simple vista de que tenía varios días vagando, también tenía heridas en la piel, posiblemente rasguños de aves de rapiña.

Levanté a ambos y los acompañé a nuestro pequeño hogar, Barachiel curó sus heridas y trató de darle hierbas para que pudiera comer, a lo que el pequeño cachorro de león rehuía un poco.

– Barachiel, este pequeño no comerá esas hierbas, él no es un herbívoro, es un carnívoro, necesita otro tipo de alimentos. –

–Entonces, ¿qué debe comer? No sé qué darle para que esté mejor… ¿qué debería hacer, Satanael? –

–Espera aquí, no te separes de su lado. Vendré en un momento.-

Me marché a conseguir algo que el pequeño pudiese comer, recorrí la planicie y el valle, hasta que, a lo lejos, encontré unos animales de grandes astas, a los que los humanos llamaban ciervos.



Regresé a nuestro hogar con mis manos manchadas de rojo y con un bulto lleno de comida ideal para el cachorro, que esperaba mi llegada con mi ángel.

Al verme cruzar el umbral de nuestra morada cubierto por manchas rojas, Barachiel saltó asustada, pero le tranquilicé dándole un suave beso en su frente, me arrodillé a un lado del pequeño, quien comenzó a moverse levemente al sentir el olor a sangre en mis manos.

El pequeño se incorporó rápido y comenzó a lamer mis dedos, luego a morderlos levemente hasta que se pudo poner de pie. Deposité los pedazos de carne en un cuenco y lo puse a su lado, Barachiel me miraba con sorpresa y notaba un poco de admiración en sus ojos, algo que me hacía sentir de alguna forma... feliz.

Me acerqué a ella y me senté a su lado, rodeándole con mis brazos y dándole un suave beso nos quedamos viendo a nuestro pequeño comer su primera cena en familia.



Nuestros días se hicieron más felices con nuestro pequeño, nos dimos cuenta de que era una especie que solo se daba en una parte específica de la tierra, éste era indómito de Nemea, una localidad de Clemea, ciudad que abarcó los bosques y praderas de su hogar. Como el cachorro venía de esas tierras decidimos que lo llamaríamos como su hogar, pero éste terminó siendo "Nem".

Nem se despertaba muy avanzada la mañana y jugaba con Barachiel la mayor parte del día, cazaba por las tardes conmigo y dormíamos los tres en nuestro lecho por las noches, todo era muy tranquilo y mi ángel se veía feliz con nuestro pequeño.

Las semanas pasaban y se oían más rumores de los Nephilim, más grandes, más fuertes... hijos de los Dioses… No me importaban, en realidad, menos aún con la llegada de Nem a nuestras vidas, Barachiel solo tenía ojos para él.

Desde que salí del Inframundo mi armadura fue cambiando con el tiempo, era una armadura que reflejaba mi espíritu, ésta tomaba la forma que yo quería forjar en ella, tomé la decisión de darle forma con una figura muy parecida a la de un León en el pecho de ésta.

Nem fue creciendo más y más, tanto que su tamaño era el doble o el triple del tamaño normal de un León, también su piel era distinta, era muy gruesa y de un color muy obscuro, tanto como el ébano.

Cazaba cada día con él para enseñarle a ser sigiloso y a la vez certero, su hambre se incrementaba igual que su tamaño, se veía muy sano y eso nos hacía felices a Barachiel y a mí.



Unas cuantas semanas pasaron y decidimos que Nem necesitaba aprender a cazar y ser autosuficiente, Barachiel me encargó la tarea de irme de viaje junto a nuestro pequeño, y enseñarle todo lo necesario para vivir, cosa que acepté a regañadientes, ya que no quería separarme de su lado.

La mañana de nuestra partida me levanté con muy pocas ganas, la noche anterior Barachiel y yo habíamos tenido una "larga conversación" respecto a nuestra separación y mi viaje con Nem, ella también se sentía triste por dejarnos ir, pero sabía que debía hacerlo si quería que Nem siguiera creciendo bien a nuestro lado; así fue como partimos, dejando atrás a mi amada Barachiel.



Los días sin mi ángel eran largos y con tenues lapsus de tristeza, la compañía de Nem me ayudaba a seguir nuestro camino.

Un día nos adentramos en un bosque lejano, en los dominios de un supuesto "Dios Solar" llamado Shamash o Utu para algunos humanos. Nos movimos lo más sigilosos que pudimos a lo largo de ese obscuro bosque, nos adentramos en las sombras y encontramos un gran rebaño de animales de un color rojizo, muy parecido al metal que los humanos llamaban cobre. Era un gran grupo de vacas, las cuales a Nem le parecieron muy buena presa.

A los pocos minutos habíamos arrasado con varias de las bestias y Nem estaba más que satisfecho, nos sentamos en un claro bajo a un árbol que me recordaba a nuestro hogar y pensaba en que estaría haciendo Barachiel en esos momentos. Cerré mis ojos un instante y me dormí profundamente con Nem acurrucado a mi lado, solo pude soñar con ella, su sonrisa y su aroma.

Desperté por los gritos de un hombre, cuando me incorpore vi a Nem en una pose de defensa frente a mí y pude divisar a esa figura alta, como de unos 3 metros, con piel morena, casi cobriza, que gritaba y vociferaba en un idioma que no podía entender bien, uno antiguo, arcano. Era Shamash... el "Dios Solar" de esas tierras.

El "Dios" alzaba sus brazos y gritaba con fuerza, al parecer esos animales eran de su propiedad. Sacó de su espalda un gran arco dorado, con unas flechas del porte de lanzas y apuntó en mi dirección, me puse de pie lo más rápido que pude y lo miré detenidamente.

Shamash gritó algo que creí entender como –"¡¡Te destruiré!! "– y soltó una de sus "flechas/lanzas" que logré esquivar con dificultad, por suerte no apuntó a Nem que saltó hacia el costado opuesto al que lo hice yo.

Viendo la situación actual, solo quedaba una opción...

Los ojos rojos de Nem se volvieron de un color dorado, muy similar al Icor de los ángeles y Dioses, su pelaje se erizó y la poca melena que tenia se sacudió... de pronto soltó un rugido que estremeció la tierra, los pájaros volaron aterrorizados y las pocas bestias que quedaron en pie salieron despedidas del pánico.

Me quedé estupefacto al ver a Nem de esa forma, no me lo esperaba en realidad, ver al pequeño que criamos con Barachiel tan fiero y poderoso me dio fuerzas, y ¿por qué no decirlo?, ganas de una batalla épica.

Al ver esto Shamash entró en frenesí, atacando a diestra y siniestra con su arco, ahora sus flechas al ser disparadas se encendían en fuego azul, una de ellas me dio en el hombro y, por los Dioses... quemaba demasiado, ni siquiera mi armadura había sido suficiente para detener a esa maldita flecha/lanza.

Nem se abalanzó sobre Shamash, al verme en problemas, y éste en respuesta le disparó una de sus malditas flechas a Nem, pero, para mi sorpresa, la flecha no hizo más que rebotar en la piel erizada de nuestro pequeño. Eso me hizo plantear una nueva estrategia, saqué la flecha de mi hombro y me puse de pie para comenzar con nuestro ataque.

Nem y yo habíamos practicado varias formas de cazar a nuestras presas, en esta ocasión decidimos que la mejor opción era rodear y atacar en conjunto, corrimos rápido alrededor de Shamash y le di un certero golpe en su pecho descubierto que lo hizo tastabillar, a lo que Nem respondió mordiendo y despedazando una de sus piernas, provocando que el suelo se llenara con la hermosa sustancia que brotaba de su herida.

Me separé un poco para tomar impulso y me abalancé sobre el Dios herido, dándole varios golpes en su torso, sentí sus huesos romperse con cada uno de mis puñetazos, lo cual, de alguna forma, me hacía sentir bien.

El "Dios Solar" cayó abatido, respiraba con dificultad, me acerqué y le vi a los ojos, vi el terror en ellos, como pudo, el Dios caído susurró unas palabras que entendí con dificultad... –"Mata Dragones"... "El León Negro... Satanael."–

¿Cómo es que este Dios sabía mi nombre? O ¿es que los rumores de mi anterior visita al paraíso habían llegado a estas lejanas tierras del oriente? No lo sabía con seguridad, solo puse mi pie sobre su garganta y pisé con fuerza: un montón de Icor se desperdigó por el piso, manchando también mi bota.

Vi a mi pequeño Nem ya convertido en un adulto, me acerqué a el arrodillándome a su lado y le dije:

–Este es el mundo fuera del Edén, de nuestro hogar. Si sales algún día de él, tendrás que enfrentarte a cosas como estas a diario; eres fuerte, muy fuerte y tienes que hacerle frente a más cosas en un futuro, pero no desesperes: siempre estaremos contigo. –

Me levanté y revolví un poco su melena con mi mano, jugueteando con ella, me sentía bien, me sentía fuerte después de tanto tiempo sin una batalla, aunque decidí nunca contarle a Barachiel lo sucedido ese día.

Nuestro camino continuó con rumbo al oriente, más y más allá de las tierras de los sumerios y acadios, civilizaciones grandes y poderosas que siguieron con los rumores de Nem y míos. La mayoría comenzaba a llamarme "El León Negro, Satanael", título que no me desagradaba en lo absoluto.

Unas cuantas lunas llenas pasaron, no supe bien si fueron cuatro o cinco; a mi parecer, fue una eternidad, no había día que no pensara en ella, en mi ángel: mi Barachiel. Cada noche soñaba con su voz, con su sonrisa y su rostro, la luna me la recordaba.

Había escuchado de los humanos que encontraba a nuestro paso, que en un lugar muy alejado de la civilización estaba situado un árbol de manzanas doradas que resplandecían con las luz del astro rey y servían de guía en las noches por la luz de la luna, ellos decían que había sido un regalo de "Selene, la Diosa Lunar",  aunque yo sabía perfectamente la verdadera historia detrás de ese árbol.

Al final de la sexta luna llena, Nem ya era todo  un león adulto, era más grande, más fuerte y más temible que ningún otro, al ver esto, decidí que era tiempo de regresar a casa.

Nuestro regreso fue más rápido de lo que me imaginaba, los humanos que podían lograr vernos susurraban a nuestras espaldas “El León Negro Satanael". Los rumores se habían extendido por todo el antiguo mundo, algunos me llamaban solo "León Negro"...

Al entrar al Edén me encontré con una sorpresa que no me esperaba: los árboles, los prados, todos los frutos y arbustos estaban marchitos, pero a pesar de eso, cerca del lago, vi una figura que me traía muchos recuerdos, antes de darme cuenta, Nem ya había corrido y se había lanzado sobre mi ángel, jugueteando con ella. Me acerqué y susurré a su lado:

–Ya estamos en casa, mi ángel. –